Por Julio Rudman.
Sé que debería estar ocupado con temas más acuciantes. La recuperación de la soberanía energética, sus repercusiones y consecuencias mediatas e inmediatas. Debería preguntarme, por ejemplo, cómo se van a recuperar algunos dinosaurios políticos y mediáticos de esas repercusiones, precisamente. Y no sigo con el jueguito semántico para evitar comparaciones odiosas (el inefable rabino Bergman se dedicaba a esas boludeces en sus ratos de ocio televisivo). O comentarles los comentarios de los medios dominantes acerca de la digna actitud de la embajadora Castro ante el canciller pirata.
Pero parece un destino manifiesto. Se me cruzan en el camino sin que lo pueda evitar. Mis maltrechos ojitos se dirigen hacia ellos, como imantados, cada vez que aparecen mostrando la hilacha bimilenaria.
Hace unos días lo escuché y lo vi. El jesuita asturiano Juan Antonio Martínez Camino es secretario de la Conferencia Episcopal Española y dijo, sin ponerse colorado, que “Las relaciones homosexuales son objetivamente desordenadas”. Los dos conceptos (objetividad y desorden) me llamaron la atención. Sabemos, hasta el hartazgo, lo que piensa la jerarquía católica global del asunto. Es, como dije, una concepción que tiene más de dos mil años de existencia, pero la utilización de estos dos términos me da la pauta del desgaste moral al que han caído quienes se ven avasallados por la realidad. Ayúdeme a analizarlos (a los tipos no, creo que no tienen retorno y, además, no somos psicólogos, ni pretendemos serlo).
Comencemos con la objetividad. Es raro que un sujeto se atribuya ser el dueño de la objetividad. Suena contradictorio, por lo menos. Digo, es muy subjetivo que yo diga que soy objetivo. En nuestra matria, y por motivos muy distintos, la corporación mediático-política utiliza ese sofisma con demasiada frecuencia. Así les va.
Pero lo que amerita un diván, con urgencia, es lo del presunto desorden. Como se sabe, para acceder a la función sacerdotal hay que pasar por la ceremonia ritual del “ordenamiento”. Un sacerdote, para serlo, debe ser ordenado como tal. Entonces, me pregunto y te pregunto, ojos verdes de mi insomnio, ¿antes de ser ordenado, don Juan Antonio era desordenado?. ¿Dejó de ser homosexual, perdón desordenado, en Valladolid, un 24 de mayo de 1980?. ¿Así, de repente?. ¿Papá Juan y mamá Guillermina habrán rezado objetivamente para que el mayor de sus cuatro hijos se ordene de una buena vez?
Es tan mediocre y tan irremediablemente primario el argumento que, a esta altura de la vida, uno no sabe si tomarlos en broma, tomarles el pelo (tonsura incluída), cubrirlos con un manto de piedad (siempre y cuando ese manto no semeje una sotana) o tratar de explicarles, de la manera más amable posible, que su camino, don Martínez Ídem, lo lleva sin escalas a la república del ridículo, al territorio del atraso y que, su perorata cavernícola ya hizo demasiado daño, causó muertes y dolores varios, como para dejarla pasar con la impunidad a la que están mal acostumbrados.
Subjetivamente dicho, su camino los deja, más tarde o más temprano, empantanados en la nada de la Historia.
Imagen: “Odalisca reclinada en un diván”, pintura de Eugène Delacroix.