Por Koldo Campos Sagaseta.
Entre los muchos argumentos que los taurinos han venido esgrimiendo contra la soberana decisión del parlamento catalán de prohibir las corridas de toros en Cataluña los hay de todas clases: cínicos, hipócritas, paradójicos…
Quienes han prohibido, por ejemplo, partidos políticos, han cerrado medios de comunicación, han censurado voces e ideas, y siguen prohibiendo toda manifestación y derecho que no compartan con el mismo empeño en que lo hicieran en el pasado, curiosamente, expresan ahora su pesar, apelando al derecho a la libertad, por esa prohibición que los deja sin fiesta en Cataluña.
Quienes nunca consideraron que el que no quiera aborto, que no lo practique; que el que no quiera divorcio, que no se separe; que el que no quiera ejército, que no se enrole; que el que no quiera misa, que no vaya; que el que no quiera España, que no la comparta…hoy razonan, por fin, que el que no quiera corridas de toros, que no asista. Eso sí, en cualquier caso, que las pague y subvencione porque son muy caras y sin dinero público que las sostenga, ni siquiera haría falta prohibirlas.
Se acusa, paradoja inexplicable, que el nacionalismo atente contra la fiesta “nacional”, cuando es sabido no existe el nacionalismo español, no obstante la constancia de fiestas nacionales, audiencias nacionales y demás patrimonios nacionales tan poco nacionales como indisolubles.
Quienes han conducido al paro a más de 4 millones de personas y no han mostrado empacho en seguir alimentando esa cifra, de improviso, hasta se conmueven por la suerte que pueda correr el único catalán que ejerce de torero y la única plaza de toros que queda en Cataluña.
Hasta ha habido quienes como el filósofo, con perdón, Fernando Savater, ha considerado un privilegio del toro ser degollado en una plaza tras una “principesca” existencia.
Pero si alguna defensa a favor de las corridas me ha parecido vil, tanto como contraproducente para quien la esgrime, es apelar a la memoria histórica, curiosamente, quienes más sufren de amnesia, y recordar, como han hecho numerosos medios, aquellos viejos tiempos en que la Monumental de Barcelona, los domingos y fiestas de guardar, abarrotaba sus tendidos de españolas mantillas, castañuelas y caudillos. Harían mejor en no recordárnoslo pero entonces no serían tan cretinos.