Por Julio Rudman.
Paradójicamente, el síntoma era claro: veía turbio, oscuro. Y el diagnóstico, conocido: nada especial en esta época de ascenso a la categoría de maravilla natural del mundo. Más modestamente, me sometí por segunda vez a las manos expertas del Doctor Osvaldo Guzmán. El resultado, aunque altamente satisfactorio, me permite reflexionar acerca de la felicidad de tener sólo dos ojos. Hace dos años, exactamente, se trató del derecho. Ahora, el izquierdo, claro, si no hay más. Polifemo hubo uno solo, dicen. Esta vez la catarata era, apenas, una cascadita precordillerana.
Pero no importa tanto mi vicisitud quirúrgica como los efectos que pueda producirme al enfrentar el día a día. Veo más y mejor. Pero, sobre todo, más.
Por ejemplo, a Hugo Moyano lo veo más gordo; a Mirtha Legrand la veo más decrépita; a Jorge Lanata lo veo más parecido a Luis Majul, tanto que me los confundo y los llamo Jorge Manata o Luis Lajul; a las curvas de las muchachas las veo más apetecibles; a ciertas flores las veo más femeninas; a los amigos los veo más cercanos y tiernos, incluídos aquellos que no veo hace tiempo; a Barack Obama lo veo más pálido, menos negro y más hipócrita (“es más fácil empezar una guerra que terminarla”, dijo el Premio Nobel de la Paz); a los líderes europeos los veo más bancarizados y menos bancados; a la Argentina y Latinoamérica las veo más lúcidas; no veo a algunas amigas hace mucho tiempo, más de lo tolerable; no veo más a Julio Cobos y a Elisa Carrió, pero eso no es mérito de ningún cirujano sino de la voluntad colectiva; a mis compañeras y compañeros humillados por los genocidas los veo más reivindicados, ¿no es cierto, Silvia?; a mis nietos los veo más luminosos; a mis montañas las veo más azules; a mis libros los veo más.
No habrá más partes, por ahora. Me espera la mesa de café de los sábados, la batalla cotidiana contra los burócratas de diversas jurisdicciones, mis compañeros de la radio, la militancia por mejor ciudadanía y los placeres mundanos.
Vuelvo a leer, la Tierra gira sobre su eje.