Por Juan Luis Berterretche para Desacato.info
Furioso Tercer Milenio
Emperadores
Alejandro Magno: “¿Cuál es el medio más cierto para hacerse amar?”
Sabio indio: “No hacerse temer, aunque se sea el más poderoso de los hombres.”
Plutarco, Alejandro y César – Vidas Comparadas
Hijo de Filipo y Olimpia y descendiente de Hércules por la estirpe de su padre,
discípulo de Aristóteles y amigo de Anaxarco y Onesícritos, entrenado en las artes
marciales bajo las pericias del espartano Leónidas, y educado en la poesía griega por
Lánice, Alejandro de Macedonia podía afirmar que era creación de dioses, de reyes,
de poetas y de sabios.
Los antiguos pensaban que fue en la batalla de Gaugamela que Alejandro definió la
conquista de su imperio en Asia. Los comandantes persas y los jefes de las tribus
aliadas vieron sobresalir el capacete emplumado de Alejandro cuando arremetía
contra una fuerza muy superior en número, al comando de su primera línea de
caballería. Mientras Darío, el rey persa, en un enorme carro de guerra, con expresión
espantada, se mantenía inerme y rodeado por mil nobles de su reino.
Las falanges de Alejandro entraron a Babilonia –la ciudad de los leones alados- por la
puerta de Ishtar, al norte, y sus dragones, toros y leones esmaltados, los contemplaron
con indiferencia. Creían que nada los asombraría. Siglo tras siglo han visto desfilar
toda clase de huestes.
Fue admitido en una selecta escuela interna de New England por su nombre y sus
recursos. Su ingreso en la Universidad de Yale no fue resultado de su capacidad, su
esfuerzo o su ingenio. El lugar fue adquirido por su familia con los beneficios del
petróleo. Después de vagabundear sus cuatro años en Yale, compró una plaza en
Harvard Business School, desplazando del lugar a algún infortunado que lo merecía.
Cuando su país se embarcó en una miserable guerra en Vietnam, su familia que
promovió y apoyó la agresión, le consiguió un sosegado asiento en la Guardia Aérea
Nacional de Texas donde figuró nominalmente sin reportarse por un año y medio.
El nombre y la fortuna le brindaron el cargo de gobernador de Texas así como la
presidencia de Estados Unidos. Aunque para ésta última también fue necesario el
fraude.
La avidez por petróleo lo decidió a invadir la misma región que Alejandro de
Macedonia conquistó al frente de su caballería.
En una sola ocasión visitó el frente de batalla. Por minutos, en un lugar más seguro
que el carro de Darío y junto a un pavo de utilería.
Cuando ya pensaba que sólo la visitarían los turistas, la antiquísima puerta de Ishtar
presenció el pasaje de tropas del siglo XXI. Se apostaron en las cercanías de las
ruinas de Babilonia. Los milenarios dragones, toros y leones esmaltados, fueron
arrancados de los muros como souvenir, a punta de bayoneta.
Globalización
Una década antes de iniciarse este nuevo siglo, la implosión de la URSS y la
restauración capitalista en su territorio, abrieron un impasse de confusión y de
retroceso en las ambiciones de mejorar el mundo. Desataron una morosa revisión de
modelos, de herramientas, de propósitos, de certezas e incertidumbres que habían
presidido el siglo XX.
Pero bajo la apariencia superficial de un acatamiento al imperio hegemónico, con
lentitud, en las brechas que dejaba el sistema, los cambios, los cuestionamientos, las
alternativas se siguieron abriendo camino en forma desigual por todo el mundo.
Las iniquidades de la “globalización” 1 incitaron la indignación contra el
empobrecimiento, la marginación, el saqueo. La protección de la vida del planeta y la
salvaguarda de los bienes naturales y culturales que la mercantilización global
pretende despilfarrar o aniquilar, volvieron a estimular la resistencia.
La historia no había finalizado, ni estaba de vacaciones como algunos quisieron hacer
creer. Es que la historia modela su arcilla por momentos con estridencia y las más de
las veces con sigilo. Empero, su arte de labrar es incesante. Y sus protagonistas, los
desposeídos de todas las culturas con sus aspiraciones y sus luchas.
El estupor del pensamiento mundial debió ser sacudido por atentados apocalípticos
para que se reiniciara una reflexión acorde a este furioso inicio del tercer milenio. Las
primeras imágenes de los jet impactando sobre las torres gemelas, nos suscitaron una
conciencia de confuso final. Siete años después, el colapso financiero global permite
sospechar qué es lo que terminó y qué comenzaba con aquel acontecimiento.
Para nosotros se formalizó una nueva época histórica, que se había ido conformando en
las últimas tres décadas. Época tan cargada de violencia, de desigualdad y de injusticia,
que para aquellos que quieren evitar todo sufrimiento humano innecesario sólo deja
abierto el camino de la crítica más implacable sobre lo actual, en las palabras y en los
hechos.
Torres
El complejo de las dos torres de más de 400 metros de altura, contaba con otros cinco
edificios menores y ocupaba unas seis hectáreas y media.
El conjunto albergaba los escritorios de 400 empresas de 25 países. Cincuenta mil
personas trabajaban en las torres norte y sur. Contaban con un estacionamiento para
dos mil vehículos y generaban 50 toneladas de basura por día. Sus ocupantes
consumían cada día 8,5 millones de litros de agua potable. Esto es 170 litros por
persona y por día. Pero si contamos los 363 mil litros de agua por minuto, que las
máquinas de aire acondicionado extraían del Río Hudson, deberíamos agregar otros
3500 litros de agua por persona.
Y no olvidemos que este consumo corresponde sólo a las horas de trabajo. Un
habitante de Madagascar utiliza, en promedio, 5 litros de agua por día.
Las torres fueron levantadas para encarecer una zona de la isla de Manhattan que se
había desvalorizado. Su construcción abrió una suculenta especulación inmobiliaria. El
complejo era una síntesis de despilfarro y violenta agresión ambiental.
Símbolos del capitalismo “globalizado”. Iconos del libre mercado, de la tecnología más
sofisticada, de la grandiosidad y opulencia de un imperio hegemónico.Su arquitectura
era el discurso del ideal de ciudad del capitalismo tardío: espacios controlados por la
última tecnología, limpios, seguros, bien iluminados, habitados por toda clase de gente
exitosa.
No eran parte de la ciudad sino su equivalente y sustituto. Sus relojes daban la hora
de cada rincón del planeta. Y en los monitores de sus millares de oficinas se diseñaba
en números, la dicha de unos pocos y la desdicha de millones de personas.
Entre sus paredes, las guerras, las hambrunas, las infamias del capital globalizado se
contabilizaban sólo como pérdidas o ganancias. Un negocio que quizá figurara en sus
balances, los abrasó con el odio de la destrucción. La cantidad de víctimas está en
relación con sus dimensiones deshumanizadas.
Guerras
Con un Producto Interno Bruto de 14 millones de millones de dólares (es decir 14
billones de U$S en español o 14 trillones en inglés) EEUU ha sido la locomotora que
empujó una expansión económica ilusoria en los últimos trece años. Luego de cinco
años (1995-1999) de reactivación de la economía estadounidense, en el 2000 EEUU
tenía los síntomas de una desaceleración económica. El mundo, entonces, estaba a
las puertas de una recesión global.
El gobierno Bush proyectaba sortear la crisis abriendo los cofres estatales como motor
de recuperación. Pretendía que el Congreso le votara la realización de un escudo
antimisiles por valor de 300 mil millones de dólares. Apostaba al keynesianismo
armamentista defendido por Reagan para impulsar la recuperación económica. Pero la
explosión de las torres no usó ni mísiles, ni vino de la estratosfera; los proyectiles
fueron aviones comerciales capturados a punta de cuchillo. Los atentados de dudosa
procedencia fueron un buen pretexto para la guerra y todo señalaba como víctima de
una represalia al distante Afganistán. El gasto se hizo en armamento más
convencional, en combustible y pertrechos necesarios para trasladar la máquina militar
al otro extremo del planeta. En el 2003, sobre la base de una campaña de falsedades
en los medios de comunicación de masas, la avidez por petróleo abrió otro frente de
guerra en Irak.
En medio de una profusión de banderitas usamericanas en los estadios y con la mano
derecha sobre el corazón para escuchar el himno, gran parte de la población de EEUU
creyó aprobar una ilusoria campaña de expansión armada de la democracia liberal. En
verdad dieron su consentimiento para que el complejo industrial-militar se impusiera
como motor de “desarrollo y globalización” y las industrias y servicios centrados en la
destrucción y la muerte, como propulsores de la “economía de mercado”
acompañando las burbujas bursátil e inmobiliaria que el presidente de la Reserva
Federal, Alan “burbujas” Greenspan había alimentado durante la década anterior.
Para los pueblos que iban a ser “liberados” sólo restó la angustia, el terror y el
desgarramiento de un combate insensato. La experiencia nos dice cuáles son las
víctimas habituales de los conflictos armados. Cada cinco minutos muere un niño
iraquí a causa de la guerra. Y pensar que aún no se ha borrado la imagen de una niña
en Vietnam, corriendo desnuda con el cuerpo incendiado por el napalm.