Por Ricardo Salgado Bonilla.
Los resultados electorales del último domingo de octubre, sumados a la tensión creciente en muchos países de nuestro continente nos han llevado a formularnos muchas preguntas, y a concluir que nos encontramos en una especie de “fin de ciclo”. Por alguna razón, pensamos, la fuerza del proceso nacionalista y de liberación ha mermado a extremos que pone todo lo avanzado ante un inminente retroceso fatal.
Muchas personas tienen incluso dificultades para ver asociación alguna entre los eventos nacionales y los que se producen más allá de sus fronteras. ¿Qué tienen que ver las primaveras centroamericanas, con la guerra económica en Venezuela o los intentos de golpe de Estado en Brasil, y los propios resultados adversos de las elecciones citadas?
Muchos, además, tratan de mantener coherencia con la masiva y abrumadora campaña mediática continental que propone la idea de que nuestros procesos están caducos, y no queda más remedio que aceptar la lógica neoconservadora que se ha ensañado contra todos los pueblos del mundo. Por esa razón, arguyen, no cabe echarle la culpa al imperio, pues se trata de un discurso congelado en el tiempo, algo que ya no llega a la gente.
Los balances alcanzados con los gobiernos de derecha del continente permitieron alcanzar acuerdos interesantes con CELAC, UNASUR y el mismo MERCOSUR (que finalmente abrió sus puertas a la bolivariana Venezuela a pesar de la férrea oposición de la derecha del Cono Sur). Ese equilibrio que nos aportaba espacios de entendimiento entre nosotros, sin el influjo de la manipulación y la conspiración de los gobiernos corporativos del norte, puede verse comprometido si se producen algunos resultados que hasta hace poco parecían impensables.
La primera cuestión a entender, por su valor teórico-práctico, es que el capital y el dinero no son la misma cosa. El primero produce relaciones, y el sistema busca, por su propia naturaleza, replicarse de forma indefinida. Esas mismas relaciones intrínsecas producen crisis que no necesariamente son signos de debilidad, por el contrario, se revelan muy útiles para hacer funcionar el andamiaje del capitalismo. Si lo pensamos un poco, aquí (claro que este es un acercamiento muy simple que requiere más estudio) encontramos el hilo que nos lleva a comprender la concatenación entre todos los ataques que hoy se producen contra los pueblos de América Latina.
Crucial también es tener en cuenta que la producción de ese capital no conoce legalidad; se produce donde y cuando es posible, por lo que no están fuera de esto ni el narcotráfico, ni el tráfico de armas ni el tráfico de personas, que constituyen hoy por hoy los tres pilares fundamentales de la economía global. Es decir los límites legales funcionan para mantener los privilegios de una clase determinada, no para frenar la maquinaria frenética del capital.
También debemos recordar que, si bien hemos avanzado mucho, las relaciones de clase en nuestros países ha prevalecido, lo que brinda a las fuerzas de la derecha una pasmosa ventaja, pues cuentan con una quinta columna poderos, hartera y antipatriota en cada rincón de este continente. Las derechas locales no vieron debilitado su poder económico en ninguno de los casos vigentes, lo que les ha permitido mantener su potencialidad para sabotear nuestros procesos. Eso sin mencionar otro factor de concatenación: la derecha actúa coordinadamente y recibe sin mucha discusión la dirección de los centros de poder imperial.
Lo que inició como una expresión genuina contra la corrupción en Guatemala terminó con una victoria clara de la derecha más cavernaria del continente, con el agravante de que sucedió con un gran apoyo popular. Lo que ahí pasó es un terrible golpe a las aspiraciones del pueblo guatemalteco, que ahora tendrá que pagar las consecuencias de su ingenuo sometimiento a la manipulación mediática. No mentía Otto Pérez cuando decía que todo era una acción de Estados Unidos.
Luego del exitoso ejercicio guatemalteco, CICIG incluida, los portavoces del poder: Joe Biden y Tom Shannon, inmediatamente dirigieron sus ojos a Honduras, pero, fundamentalmente a El Salvador, y, por supuesto Nicaragua. No tuvieron reserva para recetar una Comisión Internacional contra la Impunidad (CICI) para los otros países. Además, la oligarquía salvadoreña cumple su papel cercando económicamente al gobierno del FMLN que además debe lidiar con la creciente deportación de criminales desde Estados Unidos.
Todo apunta que la presión sobre El Salvador continuará hasta hacer inviable una nueva victoria del Frente. En Honduras la recomposición de la derecha ha llegado a extremos inesperados. La presión de una clase oligárquica emergente, encarnada en la figura del presidente Juan Orlando Hernández, recula el poder de la oligarquía tradicional que fue incapaz de prever que su golpe de Estado en 2009, dejaría abiertas muchas ventanas que terminarían desatando fuerzas colosales en su contra. Todo esto está fuertemente vinculado al tráfico de drogas y el crimen organizado, y conocimiento activo de las agencias del gobierno de Estados Unidos.
Lo que parece aún más llamativo es que a esta oligarquía en sacudida, no parece interesarle el enorme desgaste que está produciendo en su aparato político, el bipartidismo, que quizá se enfrenta, con la anuencia intencionada de sus amos, a un aparatoso final. Esto mueve a pensar que la “solución” hondureña sea contemplada por los gringos como muy parecida a la de Guatemala. A dos años de las elecciones, es probable que ya estén inoculando en el sistema político un grupo de outsiders, cuya gran bandera sea la anticorrupción, fundamentadas en una visión neofascista.
Y no puede faltar la agresión abierta a Nicaragua, donde tienen que comenzar por edificar mucho para superar la ineptitud de los políticos de derecha que han dejado hace ratos de ser opción para los nicaragüenses. Además, es claro que la actividad de sabotaje contra la construcción del canal interoceánico se irá intensificando, y creciendo, especialmente en manifestaciones de violencia, en un país donde la epidemia de sicariato, crimen organizado, etcétera no ha podido extenderse. Esto no solo ha mantenido la paz en este país, sino que también ha servido para preservar un poco la estabilidad en Costa Rica.
Si a Honduras no le perdonaron su integración al ALBA, seguramente no descansarán nunca en sus intentos de revertir el proceso revolucionario nicaragüense, dirigido con una visión de patria que es imposible de flanquear por los métodos usados en el llamado triángulo norte. Si pueden apostar a crear animadversión hacia el canal bajo el cobijo de un discurso pseudoambientalista, en el que concurran algunas ideas que en apariencia mantienen su independencia de las políticas intervencionistas gringas.
La agresión a Nicaragua, siendo este aliado importante en el ALBA, y pasa a formar parte de la estrategia global contra esta Asociación de países que es la única que funciona en base a principios e intereses comunes. Consecuentemente, la política de intervención en Centroamérica está estrechamente ligada a la guerra económica contra Venezuela y la desestabilización contra el gobierno de Ecuador. Del mismo modo, podemos observar la aproximación de Estados Unidos a Cuba, plagada de acciones que expresan la falta de voluntad norteamericana para abordar con sinceridad y responsabilidad temas que deben resolverse de una vez por todas, como el criminal bloqueo económico que afecta hace décadas al pueblo cubano o la devolución del área ocupada ilegalmente en Guantánamo, que se ha convertido en un centro de horrores.
Deberíamos estar claros que los gringos en su posición frente a la Revolución cubana no han cambiado; posiblemente estén intentando cambiar sus métodos, pero no parecen dispuestos a dejar en paz al pueblo de Martí.
En términos concretos, terminar la revolución en Cuba equivaldría para ellos al mayor éxito en su larga historia de sabotajes, conspiración e ilegalidad.
Es indudable que los continuados ataques contra el PT, contra Dilma y el mismo Lula en Brasil llevan también un propósito claro. En aquel caso no apuntan tanto contra un proceso revolucionario, sino contra la creciente influencia brasileña en el mundo, y su papel decisivo en la integración latinoamericana. Un golpe de timón en Brasil impactaría tanto al ALBA como a los BRICS, de modo que, sin llegar al nivel de guerra desplegado contra Venezuela, y más bien recurriendo al expediente anticorrupción, busquen una salida estilo Guatemala.
Y la situación actual en Argentina, por demás preocupante, marca la gravedad de esta ofensiva imperial, que no parece el fin de un ciclo, sino más bien la batalla que definirá lo que será nuestro continente en las próximas décadas. Las elecciones del 22 de noviembre nos ponen de cara a la fatalidad. Una Argentina en manos de Macri acabaría con la política soberana e independiente de los últimos doce años, al tiempo que golpearía las conquistas de los argentinos ante una nueva oleada del capital. Es terrible la forma en que nos hacen olvidar, y las facilidades que nosotros damos para que esto suceda, incluso cuando estamos en el gobierno.
No cabe duda de que nos enfrentamos a una ofensiva a gran escala, que ha permitido a los poderes transnacionales e imperiales atacarnos simultáneamente en muchos lugares. Aunque se guardan las particularidades de cada país, parece que se utilizan patrones muy sincronizados. Tampoco se debe dudar por un segundo que esta ofensiva está inspirada por la necesidad del capital de cumplir su ciclo reproductivo, para lo que necesita contar la sumisión de las clases dirigentes de nuestros países. Más allá de los recursos naturales, está nuestra imagen como mercado en todas las direcciones. Aquí se cumple claramente el carácter violento de la acumulación por desposesión.
Pero como me decía un amigo hace muy pocos días, no debemos creer que estamos ante un destino inevitable, que estamos marcados por la fatalidad de una profecía que nos condena. El enemigo sabe atacar, es traicionero y poco le importa la suerte de nuestros pueblos. Por eso es un grave error querer abrirle las puertas de nuestras casas (por ejemplo vía CICI). Pero no es infalible, podemos derrotarlo, si sabemos entender la unicidad de nuestra historia, o, al menos, captamos la necesidad de tener una historia común para enfrentar la guerra en la que nuestra dispersión es una arma valiosísima en nuestra contra.
Es importante no caer nunca en la confianza desmedida o el conformismo; nuestra liberación dependerá siempre de nuestra capacidad de radicalizar nuestros procesos y apoyar aquellos movimientos afines que se produzcan más allá de nuestras fronteras.
Cuando hablamos del enemigo no nos referimos nunca a los pueblos del mundo; hablamos de aquella clase dominante insaciable que no puede coexistir con nuestra libertad. Esa clase dominante que se considera en guerra permanente contra nuestros pueblos, y que no escatima esfuerzos de ninguna índole para someternos y arrebatarnos lo que es nuestro. Olvidar ese estado de guerra, que no buscamos pero es real, equivale a nuestro suicidio y a la renuncia a nuestro futuro.
Foto: http://unidadlatinoamericana.org/staticpage/quienes-somos/
Fuente: TeleSUR.