A pesar de ser el presidente, Thomas Sankara recorría su país, Burkina Faso, en un humilde Renault 5, el automóvil más económico que había en la década de 1980. Joven militar, carismático, marxista y panafricanista, llegó al poder en 1983 tras un golpe de Estado que contó con un fortísimo apoyo popular, de los partidos de izquierdas y de un grupo de oficiales progresistas. Sankara tenía 33 años y logró revolucionar el país.
Como presidente de Burkina Faso (1983-1987), fue pionero en plantar cara a los dictados de organismos internacionales como el FMI o el Banco Mundial, convirtiéndose en una esperanza para millones de africanos. También marcó como objetivos prioritarios la lucha contra la corrupción interna, la dominación que ejercía la ex potencia Francia, el analfabetismo, y la pobreza y la desigualdad entre hombres y mujeres, entre otros.
Mañana se cumplirán 25 años del asesinato del revolucionario al que en el extranjero se apodó el Che Guevara africano, pero al que las clases humildes burkinesas conocían como Tom Sank. Cuatro años después de llegar al poder, el 15 de octubre de 1987, el líder izquierdista fue asesinado por esbirros de un antiguo amigo y camarada, Blaise Compaoré, quien dio un nuevo golpe de Estado y tomó la jefatura del país. Compaoré tildó la muerte de Sankara de “accidente” y, a día de hoy, es uno de los golpistas del post colonialismo en África que continúa aferrado al poder.
Grandes proyectos revolucionarios
Sankara combinó los gestos políticos con profundas reformas. Por un lado, cambió el nombre del país (Alto Volta pasó a llamarse Burkina Faso, que significa “la tierra de los hombres íntegros”), vendió las limusinas oficiales y mantuvo su sueldo de capitán de paracaidistas al llegar al poder. Su remuneración no era muy alta y, de hecho, murió sin haber terminado de pagar la hipoteca de su modesta casa.
En la parte política, aprobó leyes pioneras contra la ablación y la poligamia, potenció importantes campañas contra el sida, vacunó a 2,5 millones de niños, combatió el analfabetismo con la construcción de centenares de escuelas rurales, redistribuyó las tierras de grandes terratenientes entre los campesinos –con lo que duplicó la producción de trigo–, nacionalizó los recursos minerales y logró reducir la corrupción, a través de los Tribunales Populares Revolucionarios, donde también se juzgó a los “contrarrevolucionarios”.
Esta persecución de cualquier atisbo de oposición le llevó también a prohibir los sindicatos y la libertad de prensa, uno de los aspectos más controvertidos de su mandato.
Unos meses antes de ser asesinado, las grandes potencias centraron su atención en el presidente Sankara cuando osó plantear no pagar la deuda externa que asfixiaba la economía burkinesa, debido a sus desorbitados intereses.
Su último gran discurso lo realizó en la cumbre de la Organización para la Unidad Africana en Addis Abeba (Etiopía), donde espetó al resto de líderes africanos a unirse a su lucha y a no pagar una deuda que consideraba ilegítima, contraída de manera “irresponsable” por mandatarios anteriores. “No podemos pagar la deuda. Primero porque, si no la pagamos, los prestamistas no morirán. Eso es seguro. Pero si pagamos, nosotros sí moriremos. Eso también es seguro”, defendió Sankara ante el resto de líderes africanos.
Sankara fue asesinado tres meses después de aquel discurso. Su viuda, Marian Sankara denunció los hechos y, en abril de 2006, el comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas dictó una condena concluyente a Burkina Faso por no investigar el magnicidio ni perseguir a sus responsables. Sin embargo, la orden de Naciones Unidas no tuvo consecuencias.
Recientemente, en junio de este año, el parlamento de Burkina Faso ha blindado al presidente Compaoré, al garantizarle la inmunidad, extensiva a todos los jefes de Estado que ha tenido el país desde la independencia de Francia, en 1960. Pero el premio no ha llegado precisamente por la buena gestión del presidente: su gobierno cuenta con 31 ministerios para dirigir el séptimo país más pobre del mundo, con una población de 17 millones de habitantes, la tasa de analfabetismo es de más del 20% y dos millones de personas se encuentran en crisis alimentaria, el paso previo a la hambruna.
Fuente: http://maspublico.com
Foto: Daniel Ayllón.