Por Julio Rudman.
(Português/Español).
Não sei por que acho estranho. Está na sua natureza, não podem evitá-lo. Nem querem, é claro. A classe média é isso, uma classe e age como tal. No trópico e no mais inóspito dos frios.
A governadora de Tierra del Fuego, Fabiana Ríos, não fez mais que cumprir com a lei. A N° 852, de 25 de agosto de 2011, sancionada pela Legislatura provincial. Como resultado dessa aplicação impediu o amarre dos dois cruzeiros que, com bandeira das Ilhas Bermudas (um enclave colonial inglês), pretendiam somar-se às quase cem embarcações de turistas que dão vida ao comércio, a indústria e, sobre tudo, ao setor turístico. A norma aplicada é conhecida popularmente como Lei “Gaucho Rivero”, em homenagem ao peão rural que opus resistência à invasão do Império às Malvinas, em 1833.
O “Star Princess” leva 2.600 passageiros que, somados os tripulantes, fazem um total aproximado a 4.000 pessoas. Por outra parte, o “Adonia”, o segundo dos barquinhos censurados, transporta, entre passageiros e tripulantes, umas 1.000. Digamos que, entre uma coisa e outra, estamos falando de 5.000 clientes que iam comprar pinguins de pelúcia, ponchos vermelho vivo, mates com a inscrição “Eu conheci o cu do mundo”, postais, pôsteres, lembrancinhas que dizem “I love The Land of Fire” (porque tem que se fazer entender no verdadeiro mundo) e, além do mais, comeriam cordeiro patagônico e vinho congelado, tudo com o permanente tinido das joias de suas eminências, as senhoras gordas europeias e japonesas e o faceiro vestir em bermudas cor caqui de seus cônjuges abdominosos. Em fim, um quadro típico de qualquer lugar do planeta onde tiver um comércio aberto e seus vorazes consumidores sempre dispostos.
A questão é que a decisão política da governadora fez ranger os bolsos da corporação burguesa pequena pequena e suas glândulas rendísticas começaram a segregar líquidos insolentes e recalcitrantes. Até que, como costuma acontecer, expressaram seu mal-estar estomacal e bancário. Assim é, o titular da Câmara de Turismo de lá em baixo, Marcelo Lieti, declarou que “os cruzeiros de turismo não se relacionam com o pedido de soberania”. Enquanto o continente americano une seus braços em torno à reclamação argentina, enquanto os ex-combatentes e a imensa maioria dos habitantes da ilha saudaram a iniciativa oficial, estes caras pensam só nas suas contas bancárias, em seus cofres e em trocar de carro por um modelo mais fashion. O seja, cotiza mais a propriedade privada e a renda, sua filha putativa, que a dignidade dos caídos e a solidariedade.
Não se preocupe, leitorzinha adolescente, ficam outros noventa e oito navios carregados de vorazes clientes, de petulantes garcas[1] globais para esgotar o estoque de idiotices e paisagens. Nunca conseguirão esgotar seu ADN. São capazes de propor uma mudança de nome para o lugar que os abriga. São capazes de sonhar com que um dia, mais cedo ou mais tarde, esse canto pétreo da mátria passe a se chamar Terra do Quiosque. Seria mais honesto. Um nojo, como disse Fito[2]. E uma vergonha.
Versão em português: Tali Feld Gleiser.
Tierra del kiosco
Por Julio Rudman.
No sé qué me extraña. Está en su naturaleza, no lo pueden evitar. Ni quieren, claro. La clase media es eso, una clase y como tal actúa. En el trópico y en el más inhóspito de los fríos.
La gobernadora de Tierra del Fuego, Fabiana Ríos, no hizo más que cumplir con la ley. La N° 852, del 25 de agosto de 2011, sancionada por la Legislatura provincial. De resultas de esa aplicación impidió el amarre de dos cruceros que, bajo bandera de las Islas Bermudas (un enclave colonial inglés), pretendía sumarse a las casi cien embarcaciones de turistas que le dan vida al comercio, la industria y, sobre todo, al sector turístico. La norma aplicada es conocida popularmente como Ley “Gaucho Rivero”, en homenaje al peón rural que opuso resistencia a la invasión del Imperio a las Malvinas, en 1833.
El “Star Princess” lleva 2.600 pasajeros que, sumados los tripulantes, hacen un total aproximado a las 4.000 personas. Por otra parte, el “Adonia”, el segundo de los barquitos censurados, transporta, entre pasajeros y tripulantes, unas 1.000. Digamos que, entre pitos y flautas, estamos hablando de 5.000 clientes que iban a comprar pingüinitos de peluche, ponchos rojo punzó, mates con la inscripción “Yo conocí el culo del mundo”, postales, posters, cacharritos que dicen “I love The Land of Fire” (porque hay que hacerse entender en el verdadero mundo) y, además, comerían cordero patagónico y vino congelado, todo con el permanente tintineo de las joyas de sus eminencias, las señoras gordas europeas y japonesas y el coqueto vestir en bermudas color caqui de sus cónyuges abdominosos. En fin, un cuadro típico de cualquier lugar del planeta donde haya un comercio abierto y sus voraces consumidores siempre dispuestos.
La cuestión es que la decisión política de la gobernadora hizo crujir los bolsillos de la corporación burguesa pequeña pequeña y sus glándulas rentísticas comenzaron a segregar líquidos insolentes y recalcitrantes. Hasta que, como suele suceder, expresaron su malestar estomacal y bancario. Así es, el titular de la Cámara de Turismo de allá abajo, Marcelo Lieti, declaró que “los cruceros de turismo no se relacionan con el pedido de soberanía”. Mientras el continente americano une sus brazos entorno del reclamo argentino, mientras los ex combatientes y la inmensa mayoría de los habitantes de la isla saludaron la iniciativa oficial, estos tipos piensan sólo en sus cuentas bancarias, en sus cajas fuertes y en cambiar el auto por un modelo más fashion. O sea, cotiza más la propiedad privada y la renta, su hija putativa, que la dignidad de los caídos y la solidaridad.
No se preocupe, lectorcita adolescente, quedan otros noventa y ocho barcos cargados de voraces clientes, de petulantes garcas globales para agotar el stock de boludeces y paisajes. Nunca lograrán agotar su ADN. Son capaces de proponer un cambio de nombre al sitio que los cobija. Son capaces de soñar con que un día, más temprano que tarde, ese rincón pétreo de la matria pase a llamarse Tierra del Kiosco. Sería más honesto. Un asco, como dijo Fito. Y una vergüenza.
