Progressista e daí?

Por Julio Rudman.

Me siento invitado y entro. El debate y las polémicas acerca del progresismo en la Argentina tienen, al menos, un lado positivo. Si se está discutiendo el tema con tanta pasión es porque se supone vigente. Así lo dice don Perogrullo, personaje que no es tenido en cuenta con la frecuencia que merece. Después de todo han pasado más de setenta años del comienzo de la Guerra Civil española y se sigue dando la batalla judicial, estética y política con vigor y plenitud. Y si no, que lo diga el juez Baltasar Garzón.

Los setentas, en nuestro país, están aquí nomás. El tiempo trascurrido es, apenas, un pestañeo en la Historia. Por eso me llama la atención la fragilidad de los argumentos de Caparrós, mi amigo, en ese sentido. Él es historiador, un sólido intelectual que sabe, o debiera saber, que los hechos históricos se concatenan, más allá de nuestra voluntad. Veamos.

Uno de sus cuestionamientos más serios es aquel que le reprocha al gobierno nacional ocuparse de los derechos humanos mancillados entre 1976 y 1983 y no los vulnerados en 2010. ¿Y la Asignación Universal por Hijo, qué es, sino un intento de reparación del efecto perverso causado en la dictadura eclesiástico-cívico-militar? ¿Y la ley de medios, que viene a reemplazar una norma explícitamente milica? ¿Y el aumento automático a los jubilados dos veces por año, por ley? ¿Y el retorno al sistema de reparto de los aportes previsionales? ¿Y el matrimonio igualitario? ¿Y la declaración de interés público a la producción de papel para la prensa? Estoy haciendo un listado, no taxativo, de medidas con las que Martín se ha declarado de acuerdo.

Ahora bien, el escalón siguiente en sus objeciones es el de las supuestas intenciones del gobierno nacional. Vamos a suponer que es cierto, que cada una de las mencionadas ut supra se han hecho para acumular poder, para perpetuarse en el mismo. ¿Y para qué se supone que se gobierna si no es para acumular poder? ¿Para dejarle el espacio político al adversario? Reclamarle a estos dirigentes que nos gobiernan, socialismo, es por lo menos, una ingenuidad difícil de digerir en personas inteligentes.

También se corre el riesgo de caer en uno de los vicios más temibles en estos tiempos: la obsecuencia. A mi no se me escapa que, con el gobierno de Néstor Kirchner, comienza la primera etapa de transición de la post-dictadura. Todo lo anterior fue el mismo perro con distinto collar. Si no, caemos en una especie de pinismo, que equipara este rumbo con el menemato. Tampoco me enceguecen los aciertos como para no ver los desaguisados. Antonini Wilson, los casos de corrupción de Jaimito y asociados, la elección de Cobos como compañero de fórmula de Cristina, el coqueteo con personajes deleznables del aparato pejotista y varias perlas más, no me hacen un hombre feliz. Pero, por eso mismo, me comprometen a sumarme a los que pugnan por profundizar las medidas de redistribución del ingreso. La ley de entidades financieras, el rol desmesurado que tienen las megaempresas en el país, la recuperación paulatina del uso y explotación de nuestras riquezas y una defensa más firme de los recursos naturales son, entre muchísimas más, tareas para lo que viene.

Habrán notado, mis queridos contertulios y texticulectores, que me dirijo casi exclusivamente al vapuleado Caparrós. Insisto en que hay diferencias éticas entre él y algunos otros que opinan parecido. En los casos Lanata, Tenembaum y colegas capturados por el establishment, se nota una clara posición bolsillística. No en Martín. Él vive de otra cosa. Él, simplemente, piensa distinto. Equivocado, según mi juicio, pero honestamente.

Por otra parte, nuestro más reciente pasado está lleno y pleno de polémicas profundas y esclarecedoras. Julio Cortázar y Liliana Heker, también mi amiga, se cruzaron durísimo a propósito del exilio exterior y el interior durante la dictadura. Y, por supuesto, ninguno de los dos se convirtió en canalla. Osvaldo Bayer y Mempo Giardinelli, ambos queridos amigos de este escriba, polemizaron con enorme nivel, y yo no soy amigo de canallas.

Permítanme una digresión final. Canalla es Editorial Atlántida y su staff genocida, que editó y se benefició hasta la náusea, que se vanaglorió diciendo: “Somos gente para tí” en el rostro más siniestro de nuestra sociedad.

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