Poesía y Política


Por Robert Reyes Gilles.

A propósito de la UHE

Vi con gran decepción cómo se publicó en la página web de la Unión Hispanoamericana de Escritores (UHE) una discusión sobre “Cómo se perdió Venezuela”, publicitando con esto un libro de Roberto Alonso.

Lo primero que se me ocurre decir, como venezolano y como ciudadano de la Gran Patria Latinoamericana, es que Venezuela nunca se ha perdido. Hemos extraviado el camino sí, como cualquier nación; durante doscientos años de independencia nuestra historia nacional ha sido ensayo y error, no hemos logrado todas las aspiraciones justas de nuestro pueblo, pero tampoco hemos vacilado un solo minuto. Si algo sabemos los venezolanos es quiénes somos y qué queremos para nuestra patria. Y es que por fin parece que hemos descubierto nuestra identidad, nuestras diferencias, nuestros acuerdos. Así es como vamos avanzando, paso a paso, mano a mano y sobre todo con el sudor de todas nuestras frentes.

Los conflictos políticos que, por naturaleza, son impredecibles e inevitables, no han detenido nunca la marcha del destino común que tenemos como nación. Ha habido crisis, algunas muy graves, pero siempre al día siguiente salimos a trabajar, a seguir luchando por el pan diario.

Ciertamente, Venezuela vive una hora grave. No es fácil este drama. Socialista o no, todos los venezolanos necesitamos que el país viva una revolución. Una revolución que cambie todo aquello que debe ser cambiado y que causa pobreza, hambre, violencia, corrupción. Una revolución que modifique esa estúpida conciencia relativista, donde el amor es condicionado por los números, por las cifras; donde la verdad tiende a reducirse a lo que los medios de comunicación creen y les interesa que sea; donde la paz es la ausencia de guerra, sin importar que nosotros como seres humanos perdamos la dignidad. Una revolución donde el mercado no sea el causante de la miseria ni siquiera el que condicione quiénes o qué comen. Una revolución donde la educación no nos venga del norte continental, sino del norte de nuestras raíces; donde se aprenda que el 12 de octubre no fue el “encuentro de dos mundos” sino el genocidio más atroz nunca antes cometido en la historia de la humanidad; donde, en fin, la educación nos enseñe a admirar, a comprender, a vivir, la gloria que esta “tierra alucinante” ha parido con mucho esfuerzo. Una revolución donde la economía no sea quien decida la suerte de la persona ni la excusa para seguir dividiéndonos en clases sociales.

Si esta revolución que aspiramos se llama socialismo, entonces será esto lo que decidamos. No importa el hecho ni la ideología cuando al final el resultado es la redención del hombre, algo urgente en nuestro tiempo.

Es muy lamentable ver que un extranjero pretenda convencernos a nosotros, los venezolanos y suramericanos, que se perdió Venezuela. Repito que jamás hemos perdido el sentido de saber quiénes somos. Desde la espeluznante guerra de independencia y del fracaso de la utopía bolivariana hasta el presente, la historia venezolana nos narra cualquier cosa que queramos imaginarnos: guerras civiles, caudillos, dictadores, grandes corruptos, masacres, saqueos a nuestra riqueza, muchos baños de sangres, revoluciones fallidas, sentimientos muertos por la necesidad. También en nuestra historia se nos habla de odios sin sentido, de divisiones sociales absurdas, de disparatados movimientos guerrilleros. También se nos habla de hambre, mucha hambre y pobreza. Pero pese a todo eso, pese a las mil dificultades, aquí estamos los venezolanos. Sin descansar un día en la aspiración de tener una patria mejor.

Actualmente se esta escribiendo una capítulo apasionante de nuestra historia. De esa misma historia que antes resumí. Nuestro presente es muy agitado. Hay quienes están decididos a asumir y, en efecto asumen, la bandera socialista. Otros, los de siempre, quieren alzar la bandera de la democracia, la misma que gobernó hasta casi hace doce años. Pero, a mi parecer, la bandera de la democracia y del socialismo no se contradice. Pueden sí contradecirse cuando los dirigentes pierden la visión del poder, cuando la libertad queda reducida a unas cuantas leyes, cuando la verdad es la mentira de una mayoría. En Venezuela, eso no ha sucedido.

Pero entonces, ¿por qué se provoca tanto odio? ¿Cuál es el temor? ¿Por qué se aborrece el socialismo?

Uno se asombra de tantas respuestas que estas cuestiones provocan. Unas inverosímiles como que: “es por Chávez, él es un loco, un enfermo, guiado por el comunismo de Cuba”. O una más anticuada y sinsentido: “Marx se equivocó siempre, la URSS es el más claro ejemplo”. Y algunos, inyectados por el feroz odio contra el pueblo cubano se atreven a predecir: “la ruina y miseria de Cuba es ya la de Venezuela”…”No pueden los venezolanos aceptar el mismo proyecto que impuso Fidel Castro”.

A ésta última le doy la razón, ningún venezolano aceptaría que un proyecto foráneo fuera la guía para el futuro. Eso sucedería si no tuviésemos historia, si no tuviésemos la prominente luz de Bolívar, de Rodríguez, etc. Pero tenemos eso y mucho más. Es por eso que se presenta absurdo querer despertar el odio al comunismo. Insisto, nosotros, el pueblo de Venezuela, tiene su propia identidad, nuestra realidad concreta. Realidad que no es la de Cuba, ni la que CNN con sus reportajes enseña. No es la Venezuela que escribe Vargas Llosa ni la prensa española. No vivimos algo que llegue a asemejarse a la URSS ni se practica algo establecido en la doctrina marxista leninista.

El hecho de que el presidente Hugo Chávez varias veces ha declarado ser “marxista” no se traduce en que Venezuela vaya por la vía del marxismo, es decir, que aquí se esté estableciendo el marxismo. No es así ni será.

Pero este debate, del socialismo y la democracia, es un algo muy complejo y bastante extenso. No se puede hablar de esto con propiedad en tres páginas. Como también sería interminable comparar la Venezuela de hoy con la de ayer. Minuto a minuto la globalización devora nuestras historias y nos hace apurar el paso. De ahí que se hace fútil iniciar un debate con un personaje como Roberto Alonso. Cuando un tipejo como éste ha alcanzado el grado de odio y de disociación como el que él tiene, es frustrante debatir.

Lo que sí me gustaría decirle que un movimiento revolucionario auténtico siempre trasciende a sus líderes y a la ideología. Basta sólo tener conciencia y tener la capacidad de ver con objetividad lo que pasa en el mundo, como por ejemplo ver lo inmoral del gasto militar mundial mientras más de mil millones de seres humanos mueren de hambre o que el gasto en cosméticos de belleza supera el PIB de muchos países del África.

En Venezuela día a día se está forjando una revolución, muestra de ello es el transparente y válido proceso electoral que vivimos el pasado 26 de septiembre. Siempre más allá, incluso del verbo del presidente Chávez, el pueblo venezolano está actuando y está aprendiendo cómo se construye una patria. Capacidad ésta de construir que le fue arrebatada a las generaciones anteriores por los compromisos de los gobiernos de turno con las trasnacionales, con el FMI, con los partidos y con el Gobierno de los EEUU. Y si creen que esto es pura ideología chavista-marxista, traten de responderse entonces el por qué si somos uno de los más grandes productores de petróleo, con las reservas más cuantiosas, sin subrayar las riquezas varias en minerales que tenemos, nunca hemos podido salir del subdesarrollo.

Entre Arabia Saudita y Venezuela hay algo común, incluso con la balanza a favor de nosotros: la riqueza. Pero existe una gran diferencia: la primera es una gran nación desarrollada y próspera y, Venezuela, en cambio una pobre tierra saqueada por cien años de trasnacionales, de gobiernos corruptos y corruptores.

Siento pena que quien ha sido cobijado por el manto nacional venezolano, haga cualquier imprecación. Debe siempre considerarse que –aunque suene muy fanático e incluso radical- el querer ofender la historia política que vivimos bajo el liderazgo de Hugo Chávez, es lo mismo que ofender a la mayoría evidente del pueblo que le apoya; está bien, sí, son los “condenados”, los miserables, los pobres de los barrios, los asalariados, pero eso sólo comprueba que nunca en Venezuela se desarrollo todo el pueblo, sino apenas una ínfima porción de él.

También siento vergüenza por el querer convertir la página web de la UHE en un portal para el proselitismo político contra Venezuela. No es que no tolere la divergencia de opiniones, yo las acepto, yo reconozco la oposición que en cualquier parte del mundo haya hacia el Gobierno de Venezuela. Pero el reconocimiento implica también respetar y hacerse respetar. Y es que definitivamente, si algo que siempre será anatema es querer hacer de la poesía un instrumento de la mentira y de la política. Bravo por la poesía protesta, bravo por la intelectualidad política, pero debe evitarse que dentro de la esfera cultural se adentre el cáncer de las batallas políticas en la que se sumergen los pueblos del Sur. Poetizar y politiquear son dos axiomas irreconciliables. Y el que así lo asuma entonces que aguante la tormenta de las ideas y del debate que esto inicia.

En esta importante iniciativa cultural, como lo es la UHE, nos congregamos hombres y mujeres de diferentes pensamientos, procedentes de muchas partes del mundo, nos reunimos para celebrar el don la palabra, del amor, de la justicia e incluso del desamor. Nos congregamos en el océano del internet como una familia de poetas, de escritores, para cantar con la poesía el gran don de la vida. Que no se confundan términos. Que no se malogre la poesía. Que se abran sí trincheras para el debate, pero que la cultura, que es algo muy nuestro y que ha sido siempre la más herida, no sea el escenario de nuestras luchas políticas.

Quiero terminar cantando con Alí Primera, el padre cantor, en cuya voz «el pueblo se cobijó más de una vez y halló motivos de inspiración y arsenal con que rebelarse». Una vez él dijo que el poeta y el cantor deben pensar que son trabajadores, revolucionarios con un instrumento a la mano que tiene un sonido y que, a veces, es más útil que una pedrada. O a decir del mismo, del grande de nuestra poesía, Pablo Neruda, era comunista y por eso no perdió jamás el don, jamás fue execrado ni confundió su obra con su convicción que es la misma cosa, fue realista y utópico: “Un siglo más tarde los pueblos se agitan de nuevo, y una corriente tumultuosa de viento y de furia mueve las banderas”.

Cantaba Alí:

“Cuando nombro la poesía, nombro al hombre…

a los versos en los pechos de mi madre,

a un primer cigarrillo de estudiante

y aun borracho tambaleándose en la calle.

No todos los domingos son para el descanso no son

y en un domingo un ave nuestra y hermosa se marchó

y yo sentí los tremendos aletazos

en el frío plenilunio del dolor.

Nombro a Whitman, a Neruda y a Vallejo

y al verso escrito en la pared de una prisión.

Nombro a un río preñado de canoas,

la traicionada poesía de Andrés Eloy.

Nombro a Rafael Alberti y su poesía marinera,

nombro a Hernández y a García Lorca,

y al evangelio de Ernesto Cardenal,

nombro a Gabriela, la de Chile

y al verso sencillo de Martí.

Nombro al ave que nos trae un parabién,

los nombro a todos cuando le canto a la vida

y a la morena poesía de Guillén…

Nombro a Soledad con su ramo de rosas

y a un vuelo triunfal de mariposas

sobre un pueblo que canta en sol mayor”.

En el nombre de Dios, paz y prosperidad para todos los poetas y escritores de nuestro tiempo.

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