Padres da ditadura

José Eloy Mijalchyk
Por Julio Rudman.

A Fortunato Mallimaci.

A sus dieciocho años, con las hormonas en ebullición y el acné como marca identitaria de la adolescencia, ya integraba la versión tucumana de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Irrumpía en las asambleas estudiantiles haciendo ostentación de armas de fuego, insultaba y pegaba a mansalva y, siempre en patota, huía hasta la próxima acción. Era como un ensayo para lo que vendría. Juan Carlos fue partícipe del terrorismo de Estado que reinó en nuestra matria desde 1976 hasta el 83.

El apellido de Juan Carlos es premonitorio: Benedicto. Sí, como el nombre artístico de Joseph Ratzinger (¿habrá elegido ese nombre en homenaje a su cordero tucumano?), también integrante juvenil de las hordas nazis alemanas y hoy jefe supremo de la secta religiosa más popular de Occidente. A ninguno de los dos se le borraron las huellas de aquellos días.

Al tucumano comenzaron a juzgarlo el lunes pasado, junto a 40 miembros de las fuerzas represivas y un sacerdote, de quien prometo ocuparme enseguida.

Juan Carlos Benedicto, el de acá, es escribano. Es decir, después de cada actuación notarial da fe. En diciembre de 2011, con la Megacausa que unifica las llamadas “Arenales II” y “Jefatura II” en plena instrucción, adujo un intento de suicidio, se internó en una clínica psiquiátrica y se fugó. Seis meses más tarde, en junio de este año, reencarnó en Encarnación (Paraguay) y lo trajeron de las pestañas para que se someta a derecho.

Desde hace unos días dice que padece una afección vesicular y fue operado en el Hospital “Centro de Salud”, sanatorio en el que, por pura casualidad, Susana Gundlach, su esposa, es Jefa de Farmacia. Estos cobardes siempre se enferman de repente cada vez que tienen que enfrentar a la justicia. Como pasó con Antonio Bussi, con Luis Patti o Augusto Pinochet, en Chile. El titular del tribunal ordenó a la señora que no tenga ningún contacto con su marido, supongo que por razones de profilaxis judicial.

Lo llamativo es que Benedicto tiene a su nombre el Registro Notarial N° 25 (uno de los principales y con un nutrido grupo de notables entre sus clientes) y la sociedad local convive naturalmente con un presunto partícipe necesario de delitos de lesa humanidad, como torturas, vejámenes, abusos sexuales y otras demostraciones de ternura. Ya alguna vez premiaron a Bussi con el voto popular y lo ungieron gobernador de la provincia.

El caso de José Eloy Mijalchyk es elocuente. Sacerdote de la parroquia San José Obrero, de El Colmenar, en las afueras de la Capital provincial, está acusado de participar de las sesiones de torturas para aligerar las almas de los torturadores y no de los torturados. Ya estuvo detenido por orden del tribunal y le fue fijada una fianza de $ 150.000 para otorgarle la libertad. Consiguió la guita. Puso una camioneta de su propiedad valuada en 35 lucas y el resto cash, fue un gesto de complicidad del Arzobispado de Tucumán.

En marzo de 2006, Benedicto, el del Vaticano, le otorgó el título de “Prelado de Honor de Su Santidad”.

Hace pocos días se conoció una declaración de la cúpula de la Iglesia Católica Argentina en la que dudaban de su complicidad con la dictadura genocida. Que iban a investigar, dijeron.

Todos dan fe. Y repugnancia.

Foto: Página 12

DEIXE UMA RESPOSTA

Please enter your comment!
Please enter your name here

Esse site utiliza o Akismet para reduzir spam. Aprenda como seus dados de comentários são processados.