De Beethoven a Marulanda

Por Jesús Santrich*.

 EL ASUNTO DE LAS RAICES ROMÁNTICAS DEL MARXISMO FARIANO — Miércoles, 16 de Mayo de 2012 22:43

“Cuando pienso en la música de Beethoven, me siento feliz de estar vivo”.

Karl Holz.

 “Sólo el arte y la ciencia nos ofrecen los atisbos y las esperanzas de una vida superior”.

Ludwig van Beethoven

 “El Estado Mayor Central, todos sus integrantes -en total 31-, son como los integrantes de una gran orquesta de resonancia nacional e internacional, en la que cada uno de ellos, estructurados política e ideológicamente, calificados y experimentados en su especialidad, ejecuta un instrumento, desde el más complejo hasta el más sencillo”

Manuel Marulanda Vélez.

  El 26 de marzo, fecha de la marcha hacia la eternidad de nuestro comandante en jefe Manuel Marulanda Vélez, en la mayoría de los campamentos guerrilleros y en los sitios por donde transcurrían las marchas, la movilidad, o los altos de descanso de la insurgencia bolivariana, se recordaron -en algunos lugares en mejores condiciones de seguridad y tranquilidad que en otras-, así fuera por breves instantes cuando las vicisitudes de la guerra apremian, las enseñanzas del comandante insurgente, la vigencia de su pensamiento y se hizo memoria y honor a los combatientes y revolucionarios en general, que por seguir adelante con el proyecto de lucha por la emancipación, han entregado su vida. La celebración sencilla y profunda del día del derecho universal de los pueblos a la rebelión armada ha sido desde hace cuatro años, contando con la solidaridad de compatriotas dignos de la América Nuestra y de camaradas del orbe que lidia por la causa de la emancipación de la humanidad, la forma de rubricar el imbatible compromiso con la causa libertaria de los pobres de la tierra.

 En una fecha similar del siglo XIX (marzo 26 de 1827), también murió Beethoven, un genio de la música, un revolucionario del arte y de la cultura. Esta coincidencia me llevó a pensar en cómo convergen los continuos históricos en momentos y circunstancias que dan vitalidad a los sueños de quienes luchamos por la libertad del ser y la conciencia.

 Gloria al comandante Manuel y gloria a todos los que han entregado su vida por una causa de libertad. Gloria al gran Beethoven en sus 185 años de viaje por las estradas perpetuas de su permanencia sinfónica fascinante. Y gloria, además, a esas creaciones heroicas colmadas de humanismo, cual son las FARC y la Novena Sinfonía, en este mayo de esperanzas comunistas en que también se cumplen el aniversario número 48 de la fundación del Ejército del Pueblo y el 188 del nacimiento de la inigualable creación musical.

 En esta nota en la que intento hacer algunas reflexiones sobre el asunto de la cultura como factor imprescindible de la emancipación, quise iniciar recordando al camarada Manuel Marulanda Vélez, un hombre que supo subsumir en las FARC-EP los sentimientos de libertad de millones de humildes, empuñando ideas y fusiles en su búsqueda de una paz duradera en la que reinara la justicia social en alternativa al capitalismo depredador que consume a la humanidad. Y a su lado, a otro grande que con su arte aportó a la causa de una cultura diferente en la que no imperara la sumisión: Ludwig van Beethoven.

 Como Marulanda con sus libérrimas ideas enfusiladas y colmadas de razones, Beethoven con su música hacía a su manera la resistencia contra la políticas del Estado, para su caso el Estado austriaco, y contra la institucionalidad voraz de los Borbones; contra sus organismos de represión y censura, contra Meternich y su monarquismo que favorecía a las clases privilegiadas, contra el burocratismo de todos los poderes, contra la mefítica Santa Alianza, contra la desidia del poder frente al arte, al que solo usaba como veleidad y cursilería…

 Beethoven, sí el gran Beethoven se revela con su lenguaje más sublime y diciente, más revolucionario y comprometido contra el régimen de injustica reinante, escribiendo entre muchas bellas piezas musicales, un himno a la libertad, un canto glorioso a la fraternidad, que debe ser considerado herencia de todos los pueblos del orbe: la Oda a la alegría.

 Su Novena Sinfonía es el canto a la unidad de los pueblos. Contra toda adversidad, contra su sordera misma que no era la de su alma, se eleva a lo infinito; luego de su ejecución no escucha al público arrebatado aplaudiendo una obra maestra que está en la cumbre; cuentan sus biógrafos que un asistente lo voltea para que mire al público, su delirio, que es el espejo en el que se ve su victoria. La Novena Sinfonía ha tocado el espíritu de la muchedumbre entre la que no estaban los monarcas.

 El desenvolvimiento de la causa de Beethoven, como toda causa revolucionaria tenía sus complicaciones, se trataba de una ardua lucha con retos severos que supo librar con dignidad enfrentándose a sus propias penurias personales. A semejante circunsta le llamó Nietzsche “vivir bajo condiciones tan terribles, y vivir victoriosamente”, complementando esto con su opinión de que Beethoven “tenía una naturaleza de hierro”.

 Guardando las peculiaridades de cada campo, la Novena Sinfonía fue como el parto del Manifiesto Comunista. Sus composiciones, su “Oda a la alegría”, fue y sigue siendo un canto a la vida y a la libertad que nadie puede negar. En ella estaba expresado el súmmum de sus creaciones y un ideal de humanidad insumiso que tenía la intención, no de contemplar, sino de transformar, de influir en la sociedad de su época desechando la pasividad, el sometimiento a la iglesia y al poder de las aristocracias. Desde su propia intimidad, desde su propia subjetividad, desde su propia creatividad, más desde la terrenalidad de lord Byron que desde la “celestialidad” del alto clero; y así se desplegó el espíritu humanista de su arte, amando la sublime poesía de Schiller, inspirado en el romanticismo y admirando la revolución francesa, su pasión por la libertad y la dignidad del individuo y la solidaridad: “abrazaos, multitudes”, es la imploración del coro que en la Novena Sinfonía interrumpe las variaciones para tocar lo más profundo de la conciencia humana.

 Toda su obra, de una u otra forma, fue revolución musical y mensaje de revolución social; para muchos esa Tercera Sinfonía, esa Heroica, de 1803, además de ser el anuncio del siglo romántico, fue un portento de luz notorio y verdaderamente tonante que llevó la música instrumental al más alto nivel que jamás había tenido. Y la Novena sinfonía en re menor (1824), es la sublimación de su ideal de libertad en lo material y en lo espiritual. Ese fue, ese es el gran Beethoven.

 Al respecto, es bastante conocido que de las nueve sinfonías que escribió entre 1800 y 1824, dedicó La tercera (Heroica), a Napoleón Bonaparte en exaltación de un héroe del que consideraba había llevado una nueva situación de igualdad y libertad para la humanidad. Pero al poco tiempo, 1804, se produce el suceso narrado por los estudiosos de su vida y obra, en el que Beethoven, en clara manifestación de su visión política e ideológica de la época, al enterarse que Bonaparte en mayo de ese año se había autoproclamado como emperador, destruyó la página donde había hecho la inscripción del nombre del homenajeado. A raíz del acontecimiento Beethoven decide no ir a París como lo tenía previsto sino quedarse definitivamente en Viena. En reemplazo del nombre “Bonaparte”, la sinfonía fue entonces titulada Sinfonía Heroica.

 El biógrafo Solomon Maynard en su libro Beethoven, indica que esta anécdota atribuida a un relato de Ferdinand Ries, quien había estado presente en el hecho por ser quien llevó la noticia de la decisión de Napoleón en cuanto a erigirse en emperador, “describe un acto en esencia retórico y del todo simbólico” que con el correr del tiempo “se ha convertido en ejemplo monumental de la resistencia del artista a la tiranía…”. Pero considera el mismo autor que “un examen más atento revela que el proceso que llevó a suprimir de la Tercera Sinfonía de Beethoven el nombre del jefe francés fue más complejo que lo que se presumía. Además, y más importante, revela que una crisis de convicción era parte esencial de la crisis que precipitó y acompañó los pasos de Beethoven cuando se internó por el «nuevo camino»”. Esto en consideración de que las decisiones de Beethoven obedecían a multiplicidad de causales o circunstancias que en muchos casos lo llevaron a cambiar de posición, pero manteniendo un hilo rojo de alinderamiento con el iluminismo y el pensamiento revolucionario más avanzado de su época.

 Beethoven jamás emprendió el estilo heroico para hacer celebración de las conquistas napoleónicas, no obstante eso ocurrió entre 1813 y 1814; y aunque el compositor no ocultaba sus sentimientos contrarios a Francia y al absolutismo, en materia de arte se identificó muchísimo con las creaciones de la revolución. Y aunque reconocía y en cierta manera admiraba la grandeza de Napoleón, su forma de ascenso contra los cánones establecido, con postulados democráticos que subvirtieron el orden aristocrático gobernantes europeos ocupando sus puestos de privilegio; pero en el mismo decurso vio ascender el despotismo y ello es lo que seguramente fragua la posición ambivalente frente a Bonaparte, plagada de ilusiones y desilusiones que incluso llegaron a colocar acentos de hostilidad en Beethoven, para luego retornar al reconocimiento del personaje histórico en mención, tal como se muestra con la sinfonía y su Marcha Fúnebre que se refieren al nacimiento, muerte y resurrección del héroe. En la presentación Beethoven escribió: «para celebrar la memoria de un gran hombre.», pero sin dejar la constante de irreverencia frente al poder absolutista.

 En una circunstancia de impotencia nacional, de derrota militar del despotismo ilustrado sometido de manera vergonzosa en cabeza de los Habsburgo a Napoleón Bonaparte, Beethoven logra concebir y plasmar en su música un heroísmo ideal que coadyuvará a devolver los sentimientos de dignidad de entre las cenizas de la e perplejidad que vive Viena y el mismo Beethoven, quien encuentra en Bonaparte en principio un autentico líder de la ilustración y el iluminismo, pero de correlativo una traición que implicaba el afianzamiento del despotismo tiránico. En Beethoven se sintetizaba la contradicción que vivía el conjunto social de la época.

 Pero Beethoven es en su esencia, en su catadura profunda el rechazo a la fe ciega en el dogma religioso y sus representantes terrenales, a la superstición, apegado a la razón era un militante del iluminismo y creyente en la salvación terrenal, en la posibilidad de la vida en armonía, de un estadio de la sociedad donde por imperio del derecho natural la humanidad pueda desenvolver sus posibilidades de existencia creadora que positivamente pudiese transformar el mundo aferrado en el principio de la esperanza. La Heroica expresa en últimas la esperanza en la condición humana para lograr nuevos estadios de convivencia en libertad.

 Además de la magnitud, calidad, innovación e impacto de la obra de Beethoven se considera que otra gran herencia por él dejada tiene que ver con el ejemplo que deja sobre el papel de los artistas y de la cultura en la sociedad; el papel es el de un transformador en beneficio de las mayorías; el de sacudirse del alineamiento con el poder del Estado despótico y de la iglesia aristocrática; el de cobrar independencia y buscarla para los demás dándole vuelo a la propia creatividad liberadora. No se trata aquí de sólo exaltar el asunto de la técnica y el talento musical que de suyo es excepcional, extraordinario, reconocido por infinidad de especialistas y gente sensible a lo largo y ancho del orbe. En palabras, por ejemplo, del escritor Milán Kundera, en El Arte de la Novela, “Beethoven quizá sea el mayor arquitecto de la música post bachiana. El heredó de la sonata concebida como un ciclo de cuatro movimientos, con frecuencia bastante arbitrariamente ensamblados, del que el primero (escrito en forma sonata) era siempre de mayor importancia que los movimientos siguientes (escritos en forma de rondó, de minueto, etc.). Toda la evolución artística de Beethoven está marcada por la voluntad de transformar este ensamblaje en una auténtica unidad.”

 Entonces, al lado de estos aspectos de “arquitectura” musical, se imbrican los componentes de su ideal de humanidad identificado con el pensamiento más avanzado de la ilustración y en superación de la doctrina católica plegada a los imperios; síntesis que se encuentra encumbrada en la Sinfonía nº 9 en re menor, opus 125 y la Missa solemnis en re mayor, opus 129 que en su movimiento final incluye la novedad de un coro y la intervención de solistas vocales excepcionales basadas en el poema Oda a la Alegría de otro grande de las artes, el poeta y dramaturgo, también alemán, Friedrich von Schiller.

 En el ámbito del materialismo histórico, quienes exponen los fundamentos de la historia como ciencia, coinciden en la idea de que los desenvolvimientos de la conciencia en una sociedad son la expresión ideal de sus desenvolvimientos materiales o económicos. Con seguridad esta es una definición bastante simple de tan compleja concepción, la cual no obstante sus desarrollos requerirá de realizaciones que la llenen de nuevos y firmes sustentos en el camino mismo de hacer de la historia una ciencia si tantas contradicciones teóricas encontradas. Pero, a su luz, refiriéndonos a la cultura vale precisar que la simple acumulación no es el proceso mediante el que se desarrolla la cultura humana; la apropiación de herencia cultural en un nuevo orden social depende la estructura edificada, la cual somete a la crítica, a la selección de los contenidos, rompiendo esquemas y sometiéndola a los procesos de cambio que requiera la nueva época, las nuevas relaciones sociales. Como decía L Trotsky en sus Cuadernos filosóficos de 1933-1935, por ejemplo, “la sociedad medieval, encorsetada por el cristianismo, recogió muchos elementos de la filosofía clásica, pero subordinándolos a las necesidades del régimen feudal y convirtiéndolos en escolástica, esa “criada de la teología”. De manera similar, la sociedad burguesa recibió el cristianismo como parte de la herencia de la Edad Media, pero lo sometió a la Reforma… o a la Contrarreforma.

 Durante la época burguesa el cristianismo fue barrido en la medida en que lo necesitaba la investigación científica, por lo menos dentro de los límites que requería el desarrollo de las fuerzas productivas…”, Agrega el personaje citado, que “Sería difícil decir cuál de esos períodos ha terminado siendo más fructífero para el desarrollo general de la cultura. De cualquier modo, vivimos una época de filtración y selección”.

 Dentro de esta perspectiva, la cultura es un fenómeno social en el que el lenguaje actúa como medio de comunicación de suma trascendencia; es su condición imprescindible para su propio desarrollo. En tal dimensión de su importancia, la cultura ha fungido como el principal instrumento de opresión de clase, pero ella también, es instrumento principal de emancipación.

 En la teoría de la historia esta concepción está diferenciada de otras concepciones que prestan menor interés a los factores de orden estructural económico en la definición de la conciencia social; no obstante hay coincidencia en afirmar que los procesos históricos no están compuestos por la sucesión uniforme de acontecimientos sin más, sino que en ello influye con gran impacto la vida interna del hombre, no como una anticipación o formulación abstracta esquemática con sucesión de momentos que pueden hacer aburridamente previsible su marcha. El ser humano debe ser visto para su acertado análisis tomando el conjunto de la vida cultural: su religiosidad, su poesía, su literatura, su música, su arte en general.

 Sin duda la cultural ha poseído siempre una función de dominación en la sociedad dividida en clases; y esa función está instrumentalizada por las clases que integran el poder hegemónico hacia la reificación de los desposeídos. Pero resulta que la lucha de clases es precisamente eso, una lucha, una pelea, un combate en todos los campos que implica una reacción de los oprimidos. Así, la función dominadora que instrumentaliza el poder hegemónico de los explotadores encuentra su contrario en el campo de los explotados, quienes oponen a la industria de cosificación del ser humano, una actitud de resistencia a que la humanidad completa se convierta en mercancía cultural. Se trata de una lucha en el campo ideológico, en el campo espiritual y de la subjetividad en el que no se trata solamente de la pólvora y la metralla; pues, las clases en el poder siempre estarán tratando de ejercer su direccionamiento político cultural sobre el conjunto social, imponiendo y generalizando sus valore al conjunto de la sociedad.

 En este marco de ideas, la hegemonía se asemeja a cultura agregándole las relaciones de dominación; y en esa lucha a la hegemonía burguesa resistimos con la contra-hegemonía de la emancipación, congregando boleros, tangos, bambucos de plebeya hechura…; parafraseando al maestro al poeta Juvenal Herrera resistimos con ese Beethoven que nos llama desde su óleo, con su expresión de alturas tempestuosas; junto al Chaplin que nos sonríe en su retablo que enmarca una ternura siempre viva; con los violines que desborden la tenue voz de los enamorados; abriendo los grifos del alma para inundar de cantos la nostalgia; con una marcha de Verdi y el flamenco arrebato ritual de la guitarra; con el joropo suelto que galopa los llanos ilusorios como el viento; con ritmos guajiros en son montuno que nos baila en la sangre tamborera …; con el convencimiento de que la vida es nuestro néctar y el amor el elíxir feliz que nos embriaga.

 De ahí que siempre será pertinente ligar los legados que en tiempos comunes o distantes nos dejen los pueblos para que esa filtración o selección de la cultura permanezca con la mecha encendida lista a detonar en insurrección espiritual que revierta el avasallamiento. Pertinente es ligar las luchas de resistencia de los pueblos en todas sus dimensiones; esclarecer una y otra vez, por ejemplo, que el derecho universal de los pueblos a la rebelión armada lleva implícito como componente esencial el factor cultural, y en tal sentido generar acciones dirigidas para que aquello y esto como un conjunto indivisible se asuman por el conjunto de quienes marchan forjando los proyectos de emancipación. Generar identidad cultural es lo mismo que generar conciencia de clase hasta pasar de la necesidad económica a la voluntad política, a la beligerancia cualificada que nos conduzca a la victoria. Nuestra acción política debe implicar acción ideológica y cultural, una lucha que se enfrente día a día la ideología enemiga poniendo en marcha en el presente el ejercicio de la solidaridad, el igualitarismo, la colaboración, la ayuda mutua; es decir los valores anticapitalistas. Las alternativas debemos forjarlas en tofos los espacios para contra restar y frenar la construcción hegemónica que por ejemplo se genera desde la escuela y todos los espacios donde se reproducen los valores de obediencia al orden establecido, a su simbología del poder, a su institucionalidad, etc.

 Y esos espacios hoy en día, de manera muy fuerte efectiva están en los medios monopólicos de comunicación masiva, que son sin duda las más portentosos contingentes enemigos en el campo de la guerra ideológica; sus batallones, brigadas y divisiones mercenarias tiene el encargo de construir y sostener el llamado consenso de masas en favor del capitalismo, implantando en la conciencia colectiva la concepción del mundo burgués hasta convertirla en la base del sentido común; que es como decir el ensamblaje más profundo de los valores de la cultura dominante. Una masa en consenso de este tipo es en síntesis, una grey domesticada e impedida para los cambios revolucionarios, pues la propaganda de la ideología burguesa ha anonadado su mente y su corazón. De ahí la necesidad de oponer de manera férrea a la hegemonía burguesa la contra hegemonía socialista, habida cuenta que en la hegemonía está la dinámica de la dirección política, ideológica y cultural de la sociedad, de un sector sobre otro, de una clase sobre otra mediante la combinación de la fuerza y el consenso en cada instante y plano de la vida cotidiana: tanto en su materialidad como en su subjetividad. En este orden de ideas, la contra hegemonía que se plantea desde el ámbito revolucionario, en función del socialismo se trata de que nos lancemos al intento al menos de dirigir política y culturalmente a las clases oprimidas contra el capitalismo; es decir, a nosotros mismos como parte de ellas, enfrentado los espejismos, los engaños, los trucos ideológicos, la autocensura misma y la violencia de la represión burguesa.

 Tal es el asunto de un proyecto político realmente revolucionario; se trata de un lucha que va mucho más allá de lo meramente económico; el propósito de derrotar la miseria hace parte inherente al de derrotar la alienación. En fin, nuestra lucha es por el socialismo, y en palabras de Rosa Luxemburgo: “El socialismo no es un problema de cuchillo y tenedor. Es un movimiento de cultura, una grande y poderosa concepción del mundo”. Una concepción que no se va a instalar por milagro en la conciencia de la gente; sobre ella hay que suscitar convencimiento, certeza de su posibilidad.

 En esta reflexión debemos tomar muy en cuenta que los problemas de la cultura son problemas de la conciencia que no están derivados de manera simple de la producción económica o de la base estructural. Ellos son asunto nodal de la nueva subjetividad histórica del colectivo que ha de integrar la sociedad cualitativamente distinta a la mercantil capitalista que se pretende.

 Una sociedad cualitativamente distinta, dentro de una concepción anticapitalista, enrumbada hacia el socialismo implica una ética con valores humanos diametralmente diferentes a los de la ética mercantil, a esa “ética” que degrada al ser humano a la condición de mercancía. Conquistarla es propósito que, sin duda requiere organización y lucha en unidad, pero una unidad que no puede ser un potaje eclético que nos termine llevando por caminos que no conducen a la emancipación sino al apaciguamiento vano del conformismo. La unidad requiere identidades estratégicas, el desenvolvimiento también de filtro y selección, que nos permita dar paso a hacer –según la planteaba el Che-. Una revolución socialista y no una caricatura de revolución; lo cual en el plano de la cultura significa que no se puede conjugar, digamos por caso, el marxismo revolucionario con el liberalismo burgués y “democrático”.

 Esta aclaratoria que desecha la unidad genérica por lo no propicia e inconveniente y aboga por la unidad clasista, lucha anticapitalista es pertinente y necesaria en tiempos en que la lucha contra la globalización del capital a veces, muchas veces, tropieza con las cooptaciones que suelen generar en desmedro de los procesos revolucionarios las mezclas poli-clasistas que se hacen en función de una amplitud supuestamente democrática.

 El tipo de unidad clasista es la misma por la que clamaba el Che cuando decía; “Y si todos fuéramos capaces de unirnos, para que nuestros golpes fueran más sólidos y certeros, para que la ayuda de todo tipo a los pueblos en lucha fuera aún más efectiva, ¡qué grande sería el futuro y qué cercano!”. Se trata del mismo tipo de unidad de los oprimidos contra los opresores por la que siempre a lidiando el marxismo y que es común en protagonistas de procesos revolucionarios verdaderos como el que encarnó Manuel Marulanda Vélez y con su herencia las FARC, Ejército del Pueblo.

 Pertinente, sensato y necesario es, entonces, ligar en el desenvolvimiento de nuestra lucha la herencia de Manuel Marulanda, maestro innegable de la guerra de guerrillas y artífice de la resistencia popular a la opresión con la de Beethoven, genio de la música dentro de una visión también de libertad. Necesario es dar pasos que fortalezcan, en la construcción de una alternativa política al neoliberalismo, la aprehensión de los elementos de la cultura, tanto los materiales como los espirituales, y dentro de ellos la aprehensión de las artes en sus aspectos más tradicionales hasta los más universales.

 Para el caso del presente texto, su desarrollo lo iniciamos ligando el nombre del insigne dirigente guerrillero bolivariano con el del encumbrado compositor alemán, a partir de una reflexión sobre la fecha común de su deceso en épocas lejanas una de la otra, pero en el plano de la coincidencia revolucionaria que tiene el detalle de acoplar por la acentuada identidad que las FARC-EP poseen con el continuo romanticista que de por si posee la lucha revolucionaria, no en el sentido de la “infinita añoranza” de Ernst Hoffmann, con el ideal libertario de Beethoven.

 Podríamos decir que tal acople deriva además de la relación que el marxismo y el bolivarismo guardan en una amplia gama de circunstancias con el romanticismo en cuanto a forma de la cultura moderna que ha prevalecido desde los finales del siglo XVIII tocando las expresiones políticas, filosóficas, literarias, artísticas, de Europa y que incidió sobremanera en los movimientos independentistas de Nuestra América.

* Integrante del Estado Mayor Central de las FARC-EP .

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