Cuba, acreditar em quem?

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Por Santiago Giménez.*

Hay gente que te habla de un viaje que hizo sin que uno le pregunte; juro que no es esa mi intención, no es eso lo que quiero hacer. Más bien lo que intento es comparar algunos mitos y cosas que escuché sobre Cuba antes de cumplir el sueño de ir, con lo que vi con mis propios ojitos y recolecté con mi pequeño cerebrito una vez que la vida me dio semejante regalo.

Busco aportar para desmentir mitos tilingos de gente que cree que porque se pasó una semana en un “all inclusive” tomando mojitos y jugando al bingo con canadienses estuvo en Cuba y ya tiene la posta sobre la “terrible realidad” que viven los cubanos.

Pero como no quiero pecar de absolutista y obtuso dictador de verdades (como los “all inclusives” que juran que los cubanos “viven en la miseria” o “son un pueblo oprimido” o “no tienen luz” entre otros mitos y leyendas) voy a tratar de hacer preguntas más que afirmaciones, porque, incluso es probable que mis ojos y oídos me hayan engañado y sean los “all inclusives” los que tienen razón.

Entonces voy a preguntar a quién se le debe creer ¿a quién?

 ¿A quién le creo? ¿A la venezolana con quien hablé en el aeropuerto de Chile y que juró que los cubanos son “un pueblo oprimido” y que “no pueden ir a los lugares donde van los turistas” o a los cubanos con los que hablé en los lugares donde van los turistas?

 ¡Pero momento, señor Giménez! A lo mejor esta señora se refería a que hay cubanos que no pueden pagar una estadía e un hotel 5 estrellas de Varadero, por ejemplo.

 Es cierto, la próxima vez que vaya al Hyat a hospedarme o a una temporada de relax y ski en Las Leñas lo tendré en cuenta.

 Ah, claro, pero usted bien que pudo salir del país, no como los cubanos que no pueden salir, ¡eh! maldito gordo subsidiado con nuestros impuestos.

Es cierto, pude viajar. No se a quién creerle, si a todos esos y todas esas que han jurado y recontra jurado que los cubanos no pueden salir o a todos los cubanos que me contaron de sus viajes al exterior. Enumero aproximadamente para tener una idea sobre a quién creerle, aunque ya no me creo ni a mí mismo.

1)      Dos mujeres y un varón con pasaporte cubano con los que compartí avión desde Panamá a Cuba. (¿A quién le creo?)

2)      Un señor que nos esperó fuera de una estación de servicio para darnos indicaciones sobre cómo llegar a pie a la Plaza de la Revolución y agregó “ustedes son jóvenes y pueden caminar, no hace falta que tomen un taxi; yo así conocí todo París, caminando”. (¿A quién le creo?).

3)      Un trovador rockero cuyo repertorio incluye temas de Spinetta y asegura que“Argentina es mi segundo hogar” porque periódicamente hace viajes a Argentina y ha vivido en Buenos Aires. Pero ¡oh! También ha ido el resto de la banda y ¡oh!también dijo que otros artistas se pagaron una gira en Argentina entre todos parapasear y darse a conocer (¿A quién le creo?).

4)      A una amiga rosarina que hicimos en Cuba que estaba en la isla para encontrarse con su amigo cubano que había vivido en Rosario dos meses y luego regresó a su tierra. (¿A quién le creo?)

5)      A su amigo que confirmó la versión. (¿A quién le creo?)

6)     A la señora que vende artesanías cuyo hijo vive en Argentina y que dice que ella se queda en Cuba porque le gusta vivir ahí. (¿A quién le creo?)

7)      Al señor enfermero del colectivo que estaba a punto de partir hacia Ecuador para instruir sobre su profesión en el país sudamericano. (¿A quién le creo?)

8)     No sé si creer a los “all inclusives” o a Lía y Pachi, una pareja de cubanos que han estado en Canadá, Suecia, Noruega, Dinamarca, Italia, Alemania, España, Panamá y tres veces en Argentina.

Lía, de hecho, cuenta que el problema de los cubanos para viajar es que ciertos países niegan la visa a los ciudadanos de la isla de Martí.

Lía de paso me cuenta que cuando estuvo en Córdoba “me preguntaron qué hacía allí y les dije que hacía turismo” y que otros con ironía de medio pelo le preguntaron si había llegado en balsa. No sé si creerle a Lía o a los inteligentes argentinos de mundo que le hicieron esa pregunta tan genial y educada. Es más, creo que Lía misma debería dudar sobre su corporalidad y sobre la realidad porque no se si ella misma tiene argumentos para demostrarle a un grupo de cordobeses en Córdoba que una cubana puede estar en Córdoba. (¿A quién le creo?)

9) Seara, el taxista futbolero. Entrenador de fútbol y poseedor de un Chevrolet 56 que también enumeró varios países donde estuvo.

10) A una de las dueñas de una delas casas donde estuvimos, que estaba por venir a Argentina y andaba averiguando “qué lugar de Argentina uno no puede dejar de visitar” entre los hospedados en su casa. (¿A quién le creo?)

 Estos son algunas personas que me hicieron dudar por un segundo en creer los relatos de los etnógrafos de “all inclusive”, de los sociólogos de excursión con guía a la fábrica de ron, de las madres teresas que juran que tuvieron que ayudar a una avalancha de pedidores de jabones, y de los analistas internacionales que en el tiempo que tienen entre la sesión de masajes y las clases de salsa del hotel se toman un taxi descapotable para ir a la Habana Vieja y sacarse una foto en la Bodeguita del Medio.

Estos genios totales que portan a su regreso la taxativa realidad de que en Cuba “todo el mundo se quiere ir”, que “nadie puede salir” pero “todos se quieren ir” casi pierden mi credibilidad por un segundo. Parece que todos los cubanos con los que hablé y me contaron que habían viajado, no sólo me mintieron en eso, sino que también me engañaron al decirme que habían vuelto y de hecho me mintieron al decirme que yo estaba ahí con ellos. Deben haber sido hologramas manipulados por el gobierno.

Pasemos a otro mito interesante que he llegado a escuchar: “No los dejan hablar con los turistas”. ¡Guau, qué fuerte! Debe ser por eso que para ir a Cuba te exigen aprender lengua de señas para evitar el contacto oral.

 Otra vez los cubanos me mintieron y me quisieron hacer creer que estaban hablando conmigo, que me estaban contando cosas, que estaban respondiendo mis preguntas, que me estaban preguntando, que estábamos discutiendo, que nos estábamos ofreciendo tragos y que estábamos bailando (bueno, más bien yo miraba como bailaban por un problema personal de patadurismo).

 Los cubanos con los que jugué al futbol en una plaza me mintieron.

 Stagner y su amigo (lamentablemente no recuerdo su nombre) me mintieron los mates que se tomaron con nosotros en la playa para saber cómo era el gusto de la bebida que tomaba el Che. Stagner me mintió su curiosidad sobre “cómo hacía el Che para conseguir mate en Sierra Maestra” y me mintió su “cuando vuelvas a tu país dile a tu presidenta que aquí en Cuba tiene un admirador”.

Nos mintió la señora del colectivo que amablemente nos avisó que los primeros asientos del bus son para personas discapacitadas y a quien nosotros le contestamos que en nuestro país es igual y que sabíamos que si subía alguien más (iban casi todos los asientos ocupados) debíamos darle el asiento. Nos mintió al hablarnos o al decirnos que nos estaba hablando y nos mintió su preocupación por el otro, nos mintió su solidaridad y su amabilidad y su “ah, yo les decía por si no sabían”.

 Nos mintió Alberto, el electricista con quien hablamos en la plaza de Santa Clara sobre su hijo y sobre el balón que quiere comprarle a su hijo y sobre la salud y la educación de su hijo.

Nos mintió el señor obrero de la construcción (tampoco recuerdo el nombre, maldita confianza en mi memoria) que bajó en la misma parada que nosotros, nos guió hasta la playa y nos contó que llegaba tarde a su trabajo porque la noche anterior había ido a ver el béisbol y nos explicó cómo es la estructura del campeonato y me preguntó si Messi era mejor que Maradona y nos dijo que si teníamos algún problema lo buscáramos en su lugar de trabajo pero nos aclaró que “no voy a estar con esta ropa, voy a tener un overol”.

 Nos mintió Tito, el percusionista que se sentó con nosotros en la plaza de Santiago, que nos juró que estaba hablando con nosotros, nos mintió David, nuestro amigo hecho en Trinidad, nos mintió el artesano de Guardalavaca que me preguntó cómo era Mendoza y le dije que desierto y me habló de unas piedras que si se mojan conservan la humedad por años y años y hasta pensó en solucionar la sequedad mendocina implantando esas piedras en el suelo.

 Nos mintió el pescador nocturno que se acercó a convidarnos ron y hablar, posiblemente atraído por las mujeres del grupo.

Nos mintió otro señor que me dijo que éramos hermanos los cubanos y los argentinos y que si hacía falta que él viniera a Argentina a hacer lo mismo que el Che en Cuba él lo iba a hacer porque “yo soy músico gracias al Che”. Y me mintió mi piel que se me erizó.

Nos mintió el señor que se guareció en el mismo árbol que nosotros cuando la lluvia nos agarró en la Plaza de la Revolución y que nos contó, entre tantas cosas, que en Cuba puede haber frentes fríos que hacen bajar la temperatura a cero grados centígrados por un par de horas. (A lo mejor los sabios de “all inclusive” cuando los agarra la lluvia vuelven en tranfer al hotel y es por eso que saben y están seguros de que “a los cubanos no los dejan hablar con los turistas”).

 Nos mintieron Jésica y su hermana que se acercaron en la misma bicicleta para salir en la foto con nosotros y después siguieron con su tarea de jugar.

 No sé a esta altura qué creer. No sé si los cubanos no pueden hablar con los turistas o si hay ciertos turistas que no pueden hablar con los cubanos.

No sé si creer que hay ciertos cerebros de ciertos turistas que no saben cómo hablar con un cubano sin aburrirlo o sin molestarlo con preguntas idiotas a cerca de los mitos que los mismos tilingos siempre llevan en las maletas con rueditas.

O a lo mejor, como se sabe que los comunistas comen niños, ciertos turistas evitan el contacto con el comunismo y prefieren la libertad de un paquete turístico donde todas las actividades tienen un estricto lugar en la agenda que debe cumplirse, dentro de las libres paredes del hotel o en todo caso dentro de una breve visita en colectivo sin techo por la ciudad rodeados de la camaradería de otros turistas.

 ¿Para qué intentar hablar con los cubanos si ya uno sabe que no pueden hablar? ¿Para qué hablar con los cubanos teniendo a tanto canadiense y tanto español en Cuba con quien hablar?

 No sé.

No sé si un “pueblo oprimido” vive sin temor a perder el trabajo, baila, tiene a sus hijos andando en bicicleta en las plazas hasta la hora de irse a dormir para ir al otro día a la escuela. No sé si un pueblo oprimido tiene a sus viejos dignos, alegres, vivaces jugando al ajedrez en las calles, hablando con los vecinos, con las puertas y las ventanas abiertas de par en par, a los gritos y carcajadas.

 Y no sé si Karel, el músico me miente al decirme que en Cuba no hay niños pidiendo en la calle como si vio en Argentina o si los turistas “al inclusive” no ven que no hay niños pidiendo en Cuba y al mismo tiempo no les duelen los pibes andrajosos que limosnean en la peatonal de Mendoza mientras ellos se toman un cortado con jugo y un tostado.

Y no se a quién creerle, si a los turistas que dicen que “en Cuba no hay democracia” o a los cubanos con los que hablé. No se si creerle ala señora cubana que tiene críticas a la “burocratización” de la Revolución pero me dice que “la solución es por dentro de la Revolución” y no desde afuera.

 ¿Le creo a ella o a los que dicen que en Cuba nadie puede criticar?

 O le creo otra vez a Lía que me dice que “tú puedes hablar de lo que quieras” y agrega que “claro que si tú vas al editor de un diario a hablarle mal de su diario no creo que lo publiquen” y de paso me da el ejemplo:“es como si tú fueras al diario Clarín a hablar mal del diario Clarín”. Ya no se si creerle a Lía que conoce el diario Clarín o al diario Clarín.

 O le creo al muchacho que me dice que “aquí tenemos problemas, somos una isla caribeña, pero sabemos que la solución no es el capitalismo” y también me dice que no hay que confundirse, que en Cuba “la Revolución no la hicieron un grupo de militares, la hizo el pueblo”.

Pero bueno, no sé. Cuando hablamos de democracia no sé a quién creerle. ¿Le creo al turista “all inclusive” que no sabe ni cómo se llama el concejal que votó y que no sabe ni dónde vive el concejal que votó o le creo a las calcomanías que cada cubano referente de zona barrial tiene pegada en la puerta de su casa para que cada ciudadano que necesite algo sepa a qué casa debe dirigir sus reclamos, visiones y críticas y en qué casa se hacen las asambleas barriales en Cuba?

 Ya no sé nada. Estoy confundido. ¿Cómo puede ser? Es muy raro que tanta gente de clase media venga asustada por un sistema popular, por un sistema donde la gente del barrio se junta para hablar los temas del barrio y el país.

Me parece raro que tanto turista progre se asuste al ver que allí el socialismo se construye en serio y que el tipo ese de la foto que tiene en el poster de la pieza en Argentina vivió en serio y que en Cuba la cosa es en serio y las consecuencias son en serio y que el imperio contraataca en serio.

 No sé a quién creerle. ¿Le creo a los que estando en un “all inclusive” dicen que a los cubanos le cortan la luz o me creo a mí que en el tiempo que estuve viviendo en los mismo barrios que viven los cubanos jamás me faltó luz ni agua? ¿O debo creerle a la pareja chilena que en el aeropuerto nos contó que el generador del hotel donde vararon a tomar tragos y hacer huevo en Varadero los dejó sin luz a ellos? ¡Guau! Parece que donde no hay luz siempre hubo luz y donde siempre hay luz, se cortó la luz. Ya no sé si creer en la luz.

Y yo no sé si creerle a los que dicen que los cubanos ganan poco o a los internacionales índices de desnutrición infantil que dicen que no hay ni un chico desnutrido en Cuba. No sé si creerle a los que dicen que los cubanos ganan poco por culpa del socialismo o a los índices de pobreza, marginalidad y miseria del capitalismo.

No sé si creer en la solución de los genios “all inclusive” para que los cubanos ganen más. Sería más o menos así el plan: En lugar de que un cubano tenga trabajo, cobertura de salud, educación, alimentación, higiene y transporte garantizado y sobre eso gane un sueldo de 25 dólares, habría que pagarle 100 dólares pero privatizando la cobertura de salud, educación, alimentación, higiene y transporte para que el cubano se la pague solito y ganen los que prestan los servicios en modo privado, echando de sus empresas a la gente si no le conviene tener empleados. Entonces al cubano a fin de mes le quedarían 10 dólares que se los podría gastar en Coca cola, si es que conserva el trabajo en la empresa. No sé si creer en esta genialidad de la libertad empresaria o en el tétrico sistema que alimenta, educa y cura niños y niñas.

 * Jornalista e integrante da equipe do programa El Candil de Rádio Nacional Mendoza, Argentina.

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