A Revolução Cubana segue viva

Por Leticia Martínez Hernández.

Se presentía que iba a estar. Todo parecía indicarlo y era el deseo compartido por más de un millar de personas. Una mesa, más alta que las que estuvieron ocupando por estos días los miembros de la presidencia del VII Congreso, indicaba que a alguien especialísimo se le estaba reservando ese espacio.Cinco años atrás había sucedido y ahora ? ya se sabía? él seguía dando batalla.

A las diez de la mañana llegó el Comandante en Jefe, con sus casi noventa años a cuesta, caminando despacio, con cuidado, imagino que con el pecho al estallar cuando en el plenario fue recibido por una ovación interminable. ¿Sabrá Fidel cuánto se le quiere en esta Isla?

Habían pasado 55 años de la foto que presidía la última sesión del VII Congreso del Partido, la del Fidel con barba despeinada, boina oscura, espejuelos gruesos y la mano izquierda apuntando, quizás, a un futuro luminoso. Allí delante de todos volvía a estar él, ahora canoso, más delgado, encorvado como los abuelos, pero con esa mirada de siempre, la escrutadora.

La gente coreaba su nombre, daba vivas, lloraba; hombres y mujeres lloraban…hasta que se sentó, humildemente, porque la sesión tenía que empezar. Y desde allí escuchó que Raúl, el hermano menor, con el que dormía en el  mismo cuarto de la casa de Birán, el que lo siguió hasta el colegio católico de los Hermanos La Salle y más tarde a La Habana, al Moncada, a México, a la Sierra Maestra, había sido ratificado como primer secretario del Partido Comunista de Cuba, por “su sentido del deber… por el bien de la Patria y como garantía de la victoria”.

“Soy uno más, igual que ustedes” dijo luego Raúl y Fidel sonrío, con la tranquilidad de que la Revolución, la soñada por él tantas décadas atrás, seguía estando en buenas manos. El presidente cubano habló, presentó al Segundo Secretario del Partido, a los miembros del Buró Político, a los del Secretariado…hasta que le dio la palabra al Comandante en Jefe, porque, en definitiva, es a quien “todos queremos escuchar”.

De nuevo estaba Fidel hablando desde el plenario que lo acogió tantísimas veces. Esta vez sentado, con abrigo azul y las palabras escritas en páginas blancas, porque, acotó, “no quiero extenderme más de lo imprescindible”. Recordó sus noventa años, algo que jamás se le había ocurrido; apuntó que quizás era la última vez que hablaría en aquella sala; agradeció a todos por la acogida y felicitó, de manera especial, a Raúl.

Perfeccionaremos lo que haga falta, pero con lealtad meridiana, había dicho Fidel, ¿acaso casualmente?, minutos antes de que el General de Ejército invitara a ocupar su asiento a Nemesia, la niña que un fatídico día de abril había perdido lo más preciado y que la Revolución, así de leal siempre, le había devuelto luego con creces. “Aquí está Nemesia, la de los zapaticos blancos, la volvimos a invitar por derecho propio, para recordarles al cabo de 55 años a nuestros agresores que Nemesia, como su Revolución, están vivas”, diría Raúl, otra vez certero.

Y así de vivo también está Fidel, con el peso de los años y las ideas intactas, con la misma confianza en su pueblo que, aseguró, vencerá. Pareciera que, como burlándose del tiempo y de quienes le han marcado tantas fechas de muerte, regresa siempre, cuando Cuba más lo necesita.

Se presentía que iba a estar. Todo parecía indicarlo y era el deseo compartido por más de un millar de personas. Una mesa, más alta que las que estuvieron ocupando por estos días los miembros de la presidencia del VII Congreso, indicaba que a alguien especialísimo se le estaba reservando ese espacio.Cinco años atrás había sucedido y ahora ? ya se sabía? él seguía dando batalla.

A las diez de la mañana llegó el Comandante en Jefe, con sus casi noventa años a cuesta, caminando despacio, con cuidado, imagino que con el pecho al estallar cuando en el plenario fue recibido por una ovación interminable. ¿Sabrá Fidel cuánto se le quiere en esta Isla?

Habían pasado 55 años de la foto que presidía la última sesión del VII Congreso del Partido, la del Fidel con barba despeinada, boina oscura, espejuelos gruesos y la mano izquierda apuntando, quizás, a un futuro luminoso. Allí delante de todos volvía a estar él, ahora canoso, más delgado, encorvado como los abuelos, pero con esa mirada de siempre, la escrutadora.

La gente coreaba su nombre, daba vivas, lloraba; hombres y mujeres lloraban…hasta que se sentó, humildemente, porque la sesión tenía que empezar. Y desde allí escuchó que Raúl, el hermano menor, con el que dormía en el  mismo cuarto de la casa de Birán, el que lo siguió hasta el colegio católico de los Hermanos La Salle y más tarde a La Habana, al Moncada, a México, a la Sierra Maestra, había sido ratificado como primer secretario del Partido Comunista de Cuba, por “su sentido del deber… por el bien de la Patria y como garantía de la victoria”.

“Soy uno más, igual que ustedes” dijo luego Raúl y Fidel sonrío, con la tranquilidad de que la Revolución, la soñada por él tantas décadas atrás, seguía estando en buenas manos. El presidente cubano habló, presentó al Segundo Secretario del Partido, a los miembros del Buró Político, a los del Secretariado…hasta que le dio la palabra al Comandante en Jefe, porque, en definitiva, es a quien “todos queremos escuchar”.

De nuevo estaba Fidel hablando desde el plenario que lo acogió tantísimas veces. Esta vez sentado, con abrigo azul y las palabras escritas en páginas blancas, porque, acotó, “no quiero extenderme más de lo imprescindible”. Recordó sus noventa años, algo que jamás se le había ocurrido; apuntó que quizás era la última vez que hablaría en aquella sala; agradeció a todos por la acogida y felicitó, de manera especial, a Raúl.

Perfeccionaremos lo que haga falta, pero con lealtad meridiana, había dicho Fidel, ¿acaso casualmente?, minutos antes de que el General de Ejército invitara a ocupar su asiento a Nemesia, la niña que un fatídico día de abril había perdido lo más preciado y que la Revolución, así de leal siempre, le había devuelto luego con creces. “Aquí está Nemesia, la de los zapaticos blancos, la volvimos a invitar por derecho propio, para recordarles al cabo de 55 años a nuestros agresores que Nemesia, como su Revolución, están vivas”, diría Raúl, otra vez certero.

Y así de vivo también está Fidel, con el peso de los años y las ideas intactas, con la misma confianza en su pueblo que, aseguró, vencerá. Pareciera que, como burlándose del tiempo y de quienes le han marcado tantas fechas de muerte, regresa siempre, cuando Cuba más lo necesita.

Fonte: Cubahora.

DEIXE UMA RESPOSTA

Please enter your comment!
Please enter your name here

Esse site utiliza o Akismet para reduzir spam. Aprenda como seus dados de comentários são processados.