A Patronal

Reuters

Por Julio Rudman.

Se apelida Kasner pero, como ciertas escritoras argentinas, usa el de su primer marido, Merkel. Nació en la otrora Alemania del socialismo irreal y es la primera mujer en ser Jefa de Gobierno con ese origen, luego de la reunificación. En sus años mozos (porque, aunque no lo parezca, los tuvo) militó en las juventudes comunistas. Cuando le hicieron caso a Pink Floyd y derribaron el muro comenzó su carrera meteórica hacia el poder. Compitió con hombres de fuste y, después de haber sido un alfil de Helmuth Köhl, aprovechó un escándalo político de esos que, de tanto en tanto, nos brindan ciertos apetitos, renegó públicamente de él y dio el zarpazo. Es física, pese a su físico, que la ilustra más como jefa de enfermería de un hospital de campaña. Sin embargo, aunque Ángela tiene poder, tambien tiene patrón.

Se apellida Sarkozy pero, como ciertos hijos de otras épocas, es apenas un apócope del verdadero, más largo, húngaro y judío, con resabios nobiliarios (es copríncipe de Andorra. Esa no la conocía, eso de ser copríncipe. ¿Yo podría ser coperiodista, por ejemplo?). Pero Nicolás es francés, católico e innoble. Se recibió de abogado y quiso seguir Ciencias Políticas pero no llegó a recibirse por su inglés rudimentario. Un defecto que aprendió de su colega argentino Carlos Menem, se dice. Tiene hijos varios, con su primera esposa, con su amante periodística y, actualmente, una hija con la bellísima cantante italiana Carla Bruni. Es, que duda cabe, un típico producto político derechista de esta época de deterioro europeo. Sin embargo, aunque Nicolás tiene poder, también tiene patrón.

Berlusconi es su verdadero apellido. Se recibió de abogado cum laude. Fue militante socialista, altri tempi, en las huestes de Bettino Craxi. Luego de los procesos de “tangentopolis” y “mani pulite”, esos parteaguas de la política italiana, se fue convirtiendo en lo que es hoy, el dueño. Del club de fútbol Milan, de la multimedia Mondadori, de la televisión de su país y de culos y tetas a su disposición. El parecido físico y su peinado achatado, nos recuerdan a Mussolini. Pero no sólo esos parecidos. Sin embargo, aunque Silvio tiene muchísimo poder, también tiene patrón. Tienen algo en común. Son conversos. Ángela y Silvio, ideológicos. Nicolás, religioso. De ahí su fanatismo. Y así podría seguir. Con los Papasgriegos, como si con el de Roma no alcanzara y sobrara a veces, con los cinco millones de desocupados españoles (paradójicamente, casi la misma cantidad de puestos de trabajo recuperados en los últimos años en Argentina), con portugueses e irlandeses sometidos al mismo patrón.

Cuando yo era pibe (más pibe que hoy) iba con mi viejo al Mercado Central. Una fiesta de colores eran las frutas y verduras. Un derroche de fragancias los quesos y los pescados. Mi viaje sensual terminaba con dos porciones de pizza inolvidables, pese a que el negocio se llamaba “Un rincón de la Boca”. Era una delicia que yo vivía como una trasgresión a mi pasión riverplatense. El negocio no sé si sigue ahí. Mi pasión, igual que mi recuerdo de aquel sabor, intactos. No imaginaba entonces, y me duele hoy, que el mismo término, mercado, mutara conceptualmente hasta convertirse en esta perversión criminal que arrasa con la civilización occidental y promete llevarse puestos los valores culturales milenarios. Las sociedades europeas, colonizadoras e imperiales antes, van quedándose sin respuestas ante la voracidad de los patrones. Con la excepción de unos pocos que enarbolan la única bandera que los globaliza en positivo, la dignidad. Pero vienen de la falsa opulencia, del consumismo a ultranza, de la soberbia cultural. Y caen desde esa escalera a la letrina política e ideológica. Al fondo a la derecha. A las fauces de los bancos. A veces pienso que ciertos dirigentes europeos están sobrevaluados. O, como sucede con los radicales argentinos, ya no son lo que eran.

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