A esquerda derrotada nas urnas

Evo Morales e aliados em entrega de obras para ligar La Paz a El Alto, no dia em que boatos sobre sua derrota em referendo surgiram com apuração dos votos. Foto: Enzo de Luca/ ABI
Evo Morales e aliados em entrega de obras para ligar La Paz a El Alto, no dia em que boatos sobre sua derrota em referendo surgiram com apuração dos votos. Foto: Enzo de Luca/ ABI

Por Ricardo Salgado Bonilla.

El resultado electoral de hace una semana en Bolivia, sumado a la derrota del kirchnerismo en Argentina, y la debacle electoral del Gran Polo Patriótico en Venezuela, han reforzado la pregunta alrededor del final de un ciclo progresista. La derecha aprovecha mediáticamente la coyuntura para validar la tesis de que el mundo no tiene más camino que el canibalismo impuesto por el individualismo total, lo que a todas luces se muestra casi apocalíptico para la humanidad.

Los éxitos electorales de las nuevas democracias populares de la década anterior, con mayor o menor grado de inclinación a la transformación estructural de la sociedad, y la adopción de un camino diferente al capitalismo descarnado y catastrófico que vivimos en esta segunda década del Siglo XXI, marcaron un momento de mucho entusiasmo en todo el mundo. Sin embargo, el devenir de los acontecimientos, parece confundir a muchos que ya buscan un mejor resguardo frente a la adversidad electoral.

El voto por el NO en Bolivia nos hace preguntarnos cómo es posible que un pueblo como el boliviano, que ha visto crecer su nivel de vida desde la llegada de Evo Morales al poder político; que ha presenciado un despegue económico impensable hace apenas veinte años, se haya inclinado a rechazar la continuidad del proyecto humanista que vive esa nación (según la conveniente interpretación de los resultados desde la derecha).

La respuesta no es fácil; hacia finales de los años noventa Bolivia formaba parte del poco honorable club de “Países Pobres Altamente Endeudados” (en el que compartía con Honduras y otros países). Si comparamos Honduras y Bolivia en 2016, nos damos cuenta de las abismales diferencias que produce la aplicación o no del modelo neoliberal en países pobres. Honduras se encuentra económicamente en estado de coma, y virtualmente ha dejado de existir política y jurídicamente; Bolivia, al contrario, es hoy una nación de verdad, institucionalmente fuerte, soberana, y prospera con indiscutibles avances en el tema de la distribución de riquezas. Aunque ya no son lo mismo, estas naciones comparten aun a su enemigo más letal: la dependencia ideológica del neoliberalismo.

En primera instancia, la idea de democratizar nuestros países no implica únicamente el advenimiento de estructuras electorales confiables, e instituciones fuertes; eso no nos da democracia, apenas nos da voz, y como hemos visto, varias veces opinamos en contra de nosotros mismos. Nuestros pueblos están aún expuestos a la influencia de la manipulación ideológica neoliberal, y los paradigmas que determinan nuestro comportamiento cotidiano son marcados por las grandes corporaciones, todos los días.

La cuestión del poder no ha sido comprendida en su totalidad. Cambiar el futuro de nuestros pueblos pasa necesariamente por hacerlos invulnerables al bombardeo permanente que los azota desde los medios de comunicación, que imponen modas, ídolos, religiones, modales, y, por supuesto, modelan la idiosincrasia de quienes se convierten cada mañana en protagonistas de una ficción consumista, que se recicla y profundiza cada día. Para llegar a ese nivel debemos tener el objetivo claro de desmontar todo el aparato ideológico de la derecha que es nuestro principal obstáculo.

Es inadmisible que creamos ingenuamente que la democracia para nuestros pueblos signifique poner en juego todas sus conquistas cada tanto, en un proceso electoral en el que, sabemos, la derecha cuenta con inmensos recursos para desfigurar la realidad en la mente de nuestras sociedades. Por otro lado, estamos tan increíblemente desconectados unos pueblos de otros que, aunque Macri haya sacado las fauces al siguiente día de su toma de posesión en Argentina, nuestros pueblos se sientan inclinados a encontrar respuestas en el escalofriante pasado. ¿Será posible que nuestros pueblos no sientan las revoluciones como propias?

En Bolivia, al igual que en todos nuestros países, sin excepción, la campaña de miedo ha inmovilizado a nuestros pueblos; la agenda política es determinada desde infames laboratorios que estudian todos los días el comportamiento de nuestras sociedades. Esos laboratorios crean imágenes, miedos, estados de éxtasis; transmiten patrones, saben que comemos, que vestimos, disponen de la información suficiente y los equipos necesarios para provocar amnesia en nuestra gente. Da la impresión, además, de que estos laboratorios de pensamiento y conspiración, nos tratan como a un todo. Aun considerando nuestras particularidades, sus métodos y prácticas son similares a lo largo del continente, y esos métodos ni siquiera son nuevos, quizá si un poco reciclados.

Ante la pregunta ¿está derrotada la izquierda en América Latina?, estamos obligados a contestar un rotundo NO. Pero también debemos asumirnos frente a un reto mucho más grande que derrotar a la derecha en elecciones: mantener y profundizar los cambios mediante los cuales construimos ese mundo mejor, que sí es posible. La idea de hegemonía es algo que debemos asimilar en toda su dimensión; cuando tenemos una victoria, el objetivo permanente debe ser mantenernos permanentemente en victorias; victorias de nuestros pueblos todos los días, alejándonos cada vez más del pasado, de la derecha que lo representa. Es necesario que nuestros pueblos sientan los procesos revolucionarios como parte de quienes son, de su patrimonio, de su vida.

Esas victorias no se dan en el campo electoral, pero seguramente servirán para garantizar esas también. Entender el asunto político como una guerra total, especialmente librada en el campo de las ideas, en la cultura, en la idiosincrasia de nuestras sociedades, con un enemigo bien definido nos ayudará a entender la naturaleza de las victorias que requerimos, y cómo hacer que ellas sean un patrimonio común de todos nuestros pueblos. Es tiempo incluso de repensar los movimientos sociales, muchos hegemonizados por la ideología capitalista, y cuyas reivindicaciones muchas veces los hacen enfrentarse con sus propios compañeros de clase. Es tiempo de derrotar el pensamiento colonizado, un proyecto hegemónico de verdad. Entendamos, no se trata solamente de mejorar las condiciones materiales de existencia de la gente, la tarea es mucho más grande.

Y qué decir de los partidos de izquierda que se oponen abiertamente a los procesos revolucionarios en nuestros países. Esos que con mucha facilidad caen en el lenguaje obsoleto del dogmatismo más absurdo. Irónicamente muchos de ellos parecen más a gusto viviendo con Macri, Ramos Allup, Juan Orlando Hernández o Peña Nieto. Viendo el domingo en Bolivia no podemos evitar el viaje a 1967, en ese mismo país, y recordar la amarga experiencia que terminó en la traición contra el Che. El izquierdismo irracional, estático, acrítico no es revolucionario, y, por lo tanto, es enemigo abierto de los intereses de nuestro futuro común.

Resumiendo un poco este flujo caótico de ideas, es posible pensar que la revitalización de los proyectos revolucionarios en América Latina depende mucho de las acciones que en adelante tome la izquierda en la región. En primer lugar, es imperativo dejar de pretender que el enemigo nos deje en paz; su objetivo claro es destruirnos y tenemos que ponernos a la altura de las circunstancias. Nuestra existencia no depende de ellos, sino de nosotros mismos; ellos entienden y están convencidos de que no pueden coexistir con nosotros, de ahí su objetivo invariable de destruirnos a como de lugar.

La visión de Bolívar, de Morazán, de Martí, de Fidel y Chávez sobre la integración regional sigue siendo un pilar fundamental para avanzar. Como ya dijimos, el enemigo nos aborda como a uno solo, con el propósito de mantenernos atomizados. No en balde, las oligarquías luchan por mantener aislados nuestros pueblos unos de otros. Estos hombres excepcionales no veían esto como un asunto emotivo, sino estratégico. La revolución debe darse en todas partes de nuestro continente, cada porción de América debe mantener un proyecto coherente con un solo proyecto continental. Si no hay procesos revolucionarios en todas partes, la revolución no podrá materializarse victoriosa en ningún lugar

Un proyecto revolucionario continental debe ser pensado de forma organizada, coherente, sistemática, científica. Es necesario, fundamental, estructurar pensamiento latinoamericano que evalúe y proponga las estrategias de lucha para enfrentar y derrotar al enemigo. Estamos conscientes de que la praxis nos indicara prioridades, pero nuestra construcción hegemónica no debe detenerse (bueno, primero debe comenzar). Debemos ir más allá de la celebración institucional, que nos es útil, pero está plagada de vicios y contaminada por los agentes de la derecha. Es imperativo que el pensamiento estratégico se convierta en un trabajo cotidiano, fuera del alcance de las garras del enemigo. Más allá de los simbolismos y las imágenes, se requiere un trabajo creador constante, creciente, orgánico.

Una defensa real de Latinoamérica implica necesariamente que esta sea una entidad más allá de las barreras que nos han impuesto a lo largo de siglos. Eso solo es posible si lo hacemos desde un plan realista y constante de integración, de formación de la Patria Grande.

Este paso adelante es fundamental para nuestro futuro, y solo puede hacerse desde la izquierda. La globalización, como está ampliamente demostrado, sirve para los intereses de las clases dominantes, por lo que aísla a los pueblos y llena de miseria a nuestras sociedades. Así, la izquierda derrotada en las urnas, no significa un revés, sino un llamado fuerte a avanzar, y eso necesariamente implica que cualitativamente seamos más, que profundicemos el alcance de nuestras ideas y nuestra práctica.

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Fuente: TeleSUR.

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