O assessor italiano

Gabriel Michi, ex presidente de Fopea, Magdalena Ruiz Guiñazú y Jorge Lanata, en el congreso anual de la entidad, donde fueron agredidos por el público. Foto: Gentileza FOPEA

Por Julio Rudman.

“La verdad de unos pocos es casi una mentira” (Juan Sasturain)

Me llamó a casa la colega Astrid Pikielny, del diario La Nación, para invitarme a responder algunas preguntas. Estaba confeccionando, dijo, un artículo para la sección “Enfoques” que, finalmente fue publicada el domingo 13 de noviembre, o sea ayer, bajo el título “Periodistas vs. periodistas”(www.lanacion.com.ar/1422420-periodistas-vs-periodistas). Allí son consultados además, Ruiz Guiñazú, Tenenbaum, Russo, Brienza, Wainfeld y, del interior (como le llaman, graciosamente, quienes habitan el ombligo del Obelisco), Suppo, de la Voz del Idem, y Miller, de Río Negro.

La nota empieza mal, con trampa. Se habla allí del ataque que sufrieron Lanata y Ruiz Guiñazú, quienes fueron atacados a piedrazos en los jardines de la Universidad de Palermo, por un par de energúmenos. Pongámonos de acuerdo, ninguna agresión física o verbal es justificable. En el ámbito periodístico o en cualquier otro. De ahí a calificar a Lanata, Ruiz Guiñazú y asociados como “independientes” parece un chiste de mal gusto. La nota arranca así, preguntándose el por qué de este ataque. Y se omiten los insultos de Majul y el mismo Lanata hacia los panelistas de “6, 7, 8” (se los trató de “boluditos, cagones y forros”, respectivamente), aunque hace mención a las agresiones sufridas por Russo y Wainfeld, con cero repercusión en los diarios, radios y canales dominantes. Es que, como me acota el escritor mendocino Pablo Gullo, se termina el paradigma del periodismo objetivo o, su equivalente, el independiente. Ninguno lo somos. Todos, pero todos, dependemos. De la empresa que nos paga, del Estado, de los anunciantes, de nuestra propia historia y de la Historia, de nuestras convicciones y nuestra formación. De ahí que es bueno no descarrilar.

No estoy tratando de averiguar si primero fue el huevo o la gallina. Digo que si se nos “acusa” de ser oficialistas es porque hay otros que son opositores. Y ninguno objetivo ni independiente.

Planteado eso, sigamos. El otro item acerca del cual fui consultado es el de la bendita pauta oficial. Nadie dice qué porcentaje ocupa esa pauta en los medios llamados oficiales y en los opositores. Pero no son producto de la pauta oficial, como bien señala la colega mendocina Ana María Vega, la Asignación Universal por Hijo y Embarazada, ni el aumento, por ley, dos veces por año del haber jubilatorio, ni los juicios a los genocidas, ni el respeto internacional, ni la recuperación de la educación técnica, ni el retorno de los científicos emigrados, ni el Fútbol para Todos, ni la producción cinematográfica, ni los cinco millones de puestos de trabajo recuperados, ni los doce millones de votos, ni las más de mil escuelas construidas, ni las universidades abiertas, ni la recuperación de la línea aérea de bandera, ni el matrimonio igualitario, ni la Ley de Medios y así podría seguir hasta cansarte, pequeña. En todo caso, es al revés. Son estas medidas las que deberían ser promocionadas por propios y extraños porque benefician a las mayorías y respetan e incluyen a las minorías. Pero no, sólo se promueven, desde el empresariado mediático dominante, las dificultades, las zancadillas y los casos, evidentes o no tanto, de corrupción enquistados en el aparato estatal. Se comportan como con los piquetes. Si los producen los trabajadores, entorpecen la libre circulación. Cuando los patrones ruralistas derramaban cuatro millones de litros de leche diarios para evitar un impuesto sobre su renta extraordinaria, eran los salvadores de la patria.

Claramente, el tema no es la pauta oficial ni la absurda y perversa acusación de listas negras. El tema es que están desnudos, como dice mi amigo el Cholo, y en lugar de agarrarles pudor, les da odio. Y como “la moral hay que buscarla del lado de lo real, especialmente en política”, según enseña Jacques Lacan, no sirve ocultar que algunos de esos colegas desnudos fueron cómplices activos o pasivos del genocidio, formando parte de la campaña mediática exterminadora cuando presentaban un campo clandestino de detención como centro de reeducación de subversivos, o mentían descaradamente acerca de la identidad de una niña cuyos padres estaban desaparecidos, o formaban parte del equipo de propaganda de Martínez de Hoz, el genocida civil. Esos no son profesionales, como se pretende clasificarlos desde la usina de La Nación. Es una categoría que, hasta semánticamente, es una burrada. Se supone que profesionales somos todos los que vivimos de ésto. Así que, como aclara muy bien Brienza en la misma nota, esa categoría tiraniza y no echa luz sobre el asunto. Esos son, entonces, simplemente cómplices reciclados.

Sin máscaras, desnudos, desorientados y confundidos, no hacen más que plantear dilemas falsos. Por ejemplo, Tenenbaum dice en la nota que fue el periodismo privado el que descubrió casos de corrupción, como la estafa de Schoklender a nuestras Madres, el asunto Antonini Wilson y una supuesta connivencia (nunca probada) entre el gobierno nacional y el Ingenio Ledesma, de Jujuy, en la represión contra pobladores originarios. El planteo es falso porque nadie pretende ni imagina la desaparición del periodismo privado ni la supremacía del público u oficial sobre él. Se trata del viejo juego entre la verdad y la mentira. Ni más ni menos. Y ambas, la verdad y la mentira, se construyen. Por unos pocos, para muchos. O por muchos, para muchos, como sugiere el maestro Sasturain.

En el fondo, la realidad los ha puesto en manos de un asesor temible, del que no se conoce que nadie haya podido recuperarse. Es italiano y reparte su influencia no sólo entre periodistas y afines. También tiene en su carpeta de clientes a dirigentes políticos, empresarios urbanos y rurales, figuras de la farándula e intelectuales famosos.

Se trata del Lic. Franco Deterioro.

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